La impaciencia es uno de
los regalos más preciados de nuestro "amigo" Satanás
.
Puede ser como un torrente embravecido que
arrastra todo lo que toca o como una gota malaya que una tras otra insiste
hasta calar en nuestra consciencia.
Nadie es inmune a su buen talante. Es
seductora e insidiosa de tal manera que quien no la ha negado, avergonzado por
sus efectos pero preso de ellos.
De la sabia confianza
nace la esperanza, de la falta de fe se nutre la impaciencia. Por mucho que
clamemos nuestra fe, esta, solo se manifiesta cuando nos entregamos por
completo a Dios. Por ello es imposible para el hombre tener un camino recto
hacia nuestro Padre, porque no somos capaces de tal ingenuidad, porque en
nuestro ser lo humano domina lo cristiano.
No hay peor creyente que
aquel que pretende serlo manifestando su impaciencia en el empeño. A veces es
pecado de juventud, pero cuando persiste se transforma en tropiezo impertérrito.
Cuando te asedie la
impaciencia busca el Espíritu Santo que mora en ti porque solo él puede darte
la tranquilidad que borra tal inquietud.
Nunca seremos capaces de
acercarnos a la paciencia de Dios para con nosotros, ahora bien si queremos ser
digna de ella busquemos honrarlo con la nuestra.
Con
vuestra paciencia ganaréis vuestras almas. (Lucas 21:19)