LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

domingo, 18 de abril de 2021

EL ÉXITO

El éxito hace que las críticas sean indigestas. (Anónimo)


El éxito es una enfermedad moderna, se cura con humildad, un medicamento que escasea en este mundo.

Todos aspiramos a tener éxito en nuestras acciones, ¿quién desea fracasar?

Uno puede pensar que, si tenemos éxito, nuestra vida mejorará y seremos más felices. Es una trampa fundamentada en nuestro ego, nuestra condición humana.

La pregunta es ¿qué precio estamos dispuestos a pagar para conseguirlo?

Si observamos en el mundo laboral los hombres de éxito suelen ser, o más bien acaban siendo, lobos solitarios. Abandonados a lo largo del camino por sus seres más queridos, hartos de ser descuidados a provecho de la carrera profesional del implicado. Eso sí, tienen cohorte, y sus seguidores les rinden pleitesía, hasta que dejan de tener éxito, porque entonces todo este espejismo desaparece y deserta al sujeto frente a lo que es, un ser abandonado de todo y de todos, por libre elección. Por ello hay tantos adictos al éxito que no quieren parar nunca su ascensión.

La mejor forma de no fracasar es eludiendo el éxito, porque solo se caen aquellos que quieren subir, y subir y subir. Los demás, cuando se caen, se levantan y aprenden de sus tropiezos.

Uno no prospera a golpes de éxito, mas sí venciendo sus infortunios y sus errores.

De la misma forma que no se puede hacer una tortilla sin no se rompe un huevo, no se puede tener éxito sin hacer fracasar a los demás.

La diferencia entre el sabio y el necio es que, el sabio huye constantemente del éxito, mientras el necio lo busca desesperadamente.

Dios no enseña, en su Santa palabra, que las riquezas de este mundo solo son tropiezo para el alma. Nos invita a enfrentarnos a nuestras tribulaciones como incentivo para encaminar la senda de santificación. Las bendiciones llegan a aquellos que se hacen merecedoras de ellas, los demás las transforman en maldiciones.

Dios atribula a aquellos que ama, es la mejor forma de mantenernos alejados de nuestra vanidad y de nuestro orgullo. Puede parecer duro, pero en realidad es la escuela de la humildad y de la obediencia, que nos hará acercarnos a Él y gozar de su Gracia y de su amor infinito.

El exitoso no busca a Dios, se complace en si mismo, mientras el humilde solo vive para su Padre celestial haciendo que el éxito no sea nunca un atavío suyo.

Toda mi vida he buscado ser exitoso hasta que Dios me enseñó que el único triunfo que cuenta a sus ojos es aquel que se viste de humildad, amor, compasión, obediencia. Y eso solo le es posible a aquel que deja que su ego desaparezca en beneficio del amor de Dios apoderándose de nuestros corazones.

Debemos enseñar a nuestros hijos, y nietos, que el único éxito que cuenta para Dios es el triunfo del amor en nuestras vidas, hacia Él, y hacia los demás como a nosotros mismos. Es el único que realmente vale la pena.

Cuando veo a los jóvenes de hoy, y el culto al éxito que impera en este mundo, me entristece y me preocupa, porque he vivido esta ascensión hacia el infierno de nuestro espíritu, tan tentador como destructor, y sé que solo aquel que se entrega a Jesús saldrá vencedor de esta prueba, que es la prueba de nuestra vida. De vida, sí, pero de vida eterna. Amen.

23 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. 24 Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. (Mateo 19: 22-24)
7 Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, Y David a sus diez miles. 8 Y se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino.9 Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David. (1 Samuel 18:7-9)


Que Dios os bendiga, Alfons <><

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domingo, 11 de abril de 2021

EL MUNDO

El mundo es el conjunto de todo lo que existe, más, por suerte, no de toda su esencia. (Anónimo)


Vivimos en un estado de des-gracia permanente. Estamos bajo el ataque constante de la tentación que nos ofrece, que nos impone, este mundo secular.

Es tanto así, que la vida espiritual, que debería ser el puntal de nuestra razón de ser, tan solo es una anécdota, o incluso una singularidad para el común de los mortales

De hecho, hemos conseguido capar hasta lo más importante de nuestro comportamiento intrínseco: el compromiso.

Si preguntamos a alguien si es creyente nos enfrentamos a varias respuestas, desde el sí hasta el no, pero la más peculiar, y yo diría la más mundana, es decir:” soy creyente pero no practicante”. O sea, me apunto, por si acaso, pero sin compromiso ni deberes. Es la quintaescencia de la mundanidad. Una forma práctica de ser “espiritualmente correcto”, eso sí, sin lazos que alteren mi bienestar.

Nosotros, los cristianos, no somos de este mundo, pero estamos llamados a estar en este mundo, para ser sal y luz en sus tinieblas. El contrapunto que hace que nadie pueda obviar la evidencia, que tenemos que elegir a quien entregamos nuestra vida, tanto esta, como lo que nos depara más allá de ella. Si al mundo y sus deleites, o a Dios y su Gracia. Y no es baladí, como muchos puedan pensar, porque en definitiva nuestro libre albedrío nos impone escoger, y no vale negarnos a ello porque, en sí, no comprometernos, es una forma de compromiso.

Nuestra condición humana nos arrastra constantemente hacia la mundanidad y solo, con el respaldo de Jesús y la presencia del Espíritu Santo, en nuestra mente y alma, podemos ir corrigiendo nuestras desviaciones.

Se dice que la fuerza de la gravedad es la fuerza que la tierra ejerce sobre todos los cuerpos, inertes y vivos. El mundo tiene su fuerza de gravedad en el pecado. Porque cuando eres del mundo estas arrastrado hacia sus profundidades, mediante los deseos de nuestra condición humana, núcleo del tropiezo.

El apetito de la carne solo tiene los límites de nuestra concupiscencia. Nada nuevo bajo el sol, pero los hijos de Dios tenemos un antídoto perene, que nos redime constantemente de nuestros tropiezos. Entregarnos a Jesús y a su sacrificio en la cruz para redención de nuestros pecados. Sin Él, existimos en el mundo, hasta que nos llegue el final. Con Él, somos esencia que se regenera perpetuamente lavados por su sangre. Y la esencia no precisa de existir, es permanente e invariable, lo más característico de ser redimido.

No somos, yo el primero, lo suficientemente agradecidos a Jesús por haber hecho posible el milagro del perdón de nuestros pecados. Ni a Dios por su Gracia sin la cual nuestra existencia estaría condenada a compartir el fracaso de este mundo. Deberíamos agradecerles cada día de nuestra vida el milagro que han operado en nuestro ser, por amor.

En la tierra, reina el mundo hasta que venga Jesús y lo juzgue. ¿Qué mejor abogado que el propio Jesús en nuestras vidas, pues? Amen

3 Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne (2 Corintios 10:3)

15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16 Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. 17 Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 JUAN 2:15-17)

Que Dios os bendiga, Alfons <><

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lunes, 5 de abril de 2021

ELEGIR

Cuando elegimos solo pensamos en la puerta que estamos abriendo, obviando todas las demás que se están cerrando. (Anónimo)

Toda nuestra vida tomamos decisiones que nos llevan hacía un lado u otro.

De joven, nuestras elecciones no nos preocupan, ventilando sus consecuencias como parte de nuestro aprendizaje, de nuestra obligada experiencia.

Cuando llegamos a la madurez, que cada vez es más tardía, y hasta brilla por su ausencia en según qué casos, las elecciones pasan a ser una problemática a resolver, que no tiene siempre fácil solución. Pasamos más tiempo en pensarlo que en actuar. Algunos lo llaman sabiduría, otros, insensatez, pero la verdad es que, siendo conscientes de que el mundo ya no es blanco o negro, como pensábamos en nuestra juventud, todo el peso de las consecuencias nos amedranta y nos invita a la prudencia.

Eso solo para aquellos que han aprendido de sus errores porque, los demás, insisten en su ligereza a la hora de actuar, y transforman sus errores en horrores.

Hay tantos caminos para llegar a nuestros propósitos que tomar una decisión se transforma, a menudo, en decidir qué es lo mejor para uno mismo, o para los demás.

Uno de los casos más comunes sucede cuando debemos elegir entre el confort, de nuestra vida y la fidelidad a los demás.

¿Cuántas veces hemos sacrificado una relación por privilegiar otra más confortable o incluso supuestamente más legitima?

Los hombres somos capaces de revestir de justificación cualquier cosa que pueda confirmar nuestras decisiones. Y cuánto más, cuando podemos cubrirlas del atuendo de una coartada exculpatoria.

Desatender a un familiar, hijos, hermanos, padres, etc.., no tiene excusa.

Desatender a los demás tampoco la tiene.

Entonces ¿Qué pasa cuando la situación nos obliga a priorizar a uno u otro?

¿A quién, es más licito privilegiar?

Todos deben recibir la atención que necesitan, cuándo la necesitan. Siempre existe un momento para poder dedicarse a cada cual, con cariño y amor. Como Jesús lo hizo con todos nosotros. No se aceptan excusas.

La vida, a veces, nos ofrece desengaños para que aprendamos de ellos porque, no de encantos se nutre la experiencia, mas si de nuestros errores, tanto como de los ajenos que nos puedan afectar.

Todas las relaciones se cuidan, las carnales son indisolubles, pero no por ello exentas de nuestras malas elecciones. Por ello hay que atenderlas con cariño.

El resto, depende de la importancia que les demos, no de boca, sino con los hechos y los frutos de nuestras decisiones.

Las relaciones solo viven a través de sus implicados. Se nutren del agua de vida del amor reciproco, pero no regándolas cuando a uno le conviene, sino cuando el otro lo necesita. Si no se irrigan se marchitan y desaparecen. No solo son amor en sí, también y sobre todo son un contrato reciproco de amor. Su firma: la fidelidad, esa misma que no acepta compromisos porque es una obligación voluntaria.

En las buenas relaciones no existe jerarquía, las malas, ellas están repletas de categorías.

Seguir a Jesús nos obliga a decidirnos, a encaminarnos hacia una vida de santidad, o hacia una vida secular en este mundo. No hay medias tintas, estamos con Él o lo negamos. Es una relación que Jesús mismo cualifica de amistad y eso implica reciprocidad y compromiso a través de nuestros hechos.

El albedrío es un don que Dios da al mundo para que se separe el trigo de la paja, sus hijos del resto. Este don lo utilizamos constantemente con más o menos prudencia. Su buen uso nos edifica y su mal uso nos envilece y eso, muy a menudo, sin que nos demos cuenta.

A nosotros de saber elegir.

14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. 15 Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre. (Juan 15:14-15)

29 Aparta de mí el camino de la mentira, Y en tu misericordia concédeme tu ley. 30 Escogí el camino de la verdad; He puesto tus juicios delante de mí. (Salmo 119:29-30)

En efecto, si lo hiciera por mi propia voluntad, tendría recompensa; pero si lo hago por obligación, no hago más que cumplir la tarea que se me ha encomendado. (1 Corintios 9:17)

18 No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. 19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. 20 Así que, por sus frutos los conoceréis. (Mateo 7:18-20)


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