LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

lunes, 18 de abril de 2022

MORIR PARA VIVIR

La vida terrenal solo cobra sentido en la muerte, es la paradoja y el paradigma de nuestra existencia. ¿Reto o imposición? La respuesta nos define. (Anónimo)


Un bosque atacado, y destrozado, por la maleza se muere ahogado, lentamente. Si no se mantiene y limpia, solo recobrará vida a través del fuego regenerador. Porque hace falta que se arrase lo existente para que renazca de sus cenizas.

La vida eterna no tiene sentido si la entendemos como el común de los mortales, es decir no morir nunca. La vida eterna precisa de 2 muertes en este mundo, la espiritual y la carnal. Solo en contadas excepciones, como Enoch, no se produjo la segunda, ya que Dios lo arrebató de la tierra, sino, es un paso obligado.

La muerte espiritual es imprescindible para renacer en Cristo, despojándonos de toda la maleza que cubre nuestro espíritu.

La muerte carnal es el paso indispensable para estar en Jesús y con Jesús, para siempre.

El ejemplo de su muerte en la cruz para perdón de nuestros pecados es la clave de la paradoja de la vida y el paradigma que todo cristiano tiene interiorizado. Su resurrección es el ejemplo que nos muestra el camino a seguir para ir hacia el Padre.

Es curioso cómo podemos ver tantas declaraciones de patriotismo, de morir por su patria, pero que, a la hora de morir por su vida eterna, ni lo contemplan.

Cuando para los demás el mundo se acaba con la muerte, para nosotros los cristianos, nuestra esencia empieza en ese mismo instante, abandonando nuestro cuerpo mortal. Porque solo podemos enfrentarnos al infinito dejando de pensar que tenemos una vida secular, para pasar a abrazar el amor de Cristo que nos invita a ser y estar a su lado para la eternidad.

El paraíso, para un no creyente, debe parecer aburrido, ya que lo asemeja a lo mejor de lo que está viviendo en la tierra, y eso con el tiempo aburre, incluso le pasó al pueblo de Dios en el desierto. Que acabó harto del maná que recibía día sí, día también por parte de Dios. El hombre es así, hace de su existencia una oportunidad constante hacia el pecado y la perdición.

Para mí el paraíso es estar con Jesús, en presencia de Dios, Despojado de todo lo que me limita, habiendo eliminado el EGO de mí ser, borrando para siempre mi condición humana. Me imagino un gozo en total dependencia de mi creador, con la inocencia que me hará buscarlo constantemente para disfrutar de su presencia. Haciendo que la obediencia ya no sea una opción, sino mi condición intrínseca.

Hoy, que en todas las guerras de este mundo hay hombres que mueren por un ideal, debemos reflexionar en por quién, y para quién, estamos dispuestos a morir. Porque Jesús respondió a esta pregunta con su sacrificio por todos nosotros. Estos días revivimos su pasión y es un buen momento para recapacitar y reconsiderar nuestros valores. Pensar en lo que Él hizo y en lo que nosotros estamos dispuestos a hacer.

Los símbolos solo son piedras inertes si no los cargamos de significado en nuestras vidas. La cruz es probablemente el emblema más representativo de los cristianos, pero solo tiene sentido si le damos el valor, y la importancia, que se merece.

Un símbolo no se define por los rituales que lo adornan, sino por la vida que le damos a lo que representa para nosotros. Y eso suele ser más profundo y sincero en nuestro interior que en manifestaciones exteriores hacia los demás.

En estos días tan marcados me atrevería a decir que la procesión va, y debe de ir, por dentro.

La gran diferencia entre las religiones y una vida espiritual plena es, que allí donde las primeras precisan de los demás para manifestarse, la segunda te ofrece un trato directo y único con Jesús, sin interferencias ni intermediarios donde el único protagonista es nuestro creador.

Nada nuevo bajo el sol.

3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. 4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? 5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu,[a] espíritu es. 7 No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. 8 El viento[b] sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. (Juan 3:3-8)


Que Dios os bendiga, Alfons <><

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sábado, 9 de abril de 2022

OBEDIENCIA

Los hombres solo obedecemos a nuestro ego. (Anónimo)


Para los hombres, la desobediencia no es el último recurso, sino la primera manifestación, equivocada, de nuestra libertad.

En los tiempos actuales, obedecer parece ser una opción trasnochada. Desgastada por el alto concepto que tenemos de nosotros mismos y del sacrosanto libre albedrío que rige nuestros valores.

Es como si fuéramos incapaces de tener nuestra propia iniciativa y que precisáramos de alguien que nos domine para actuar.

En el fondo todo se trata de saber, o determinar, quién manda, nuestra vida, la de los demás, el mundo.

Nosotros vemos al perro como el símbolo de la obediencia, aunque no siempre sea así. Es dócil, entregado, está constantemente atento a nuestra voluntad, nuestro deseo. No cuestiona, no duda, siempre acata y esta al acecho de los premios con los que gratificamos su obediencia. Por ello tenemos tendencia a menospreciar su carácter porque vemos en su entrega una cierta debilidad.

Por lo contrario, vemos al gato, independiente, ajeno a nuestra voluntad, a nuestra influencia. Siempre cuando tenga su plato lleno y le correspondamos en los mimos cuando él lo decida.

¿Qué nos enseñan estos rasgos tan diferenciados de perros y gatos?

Pues, que nuestras vidas se asimilan más a la de los gatos que a la de los perros.

Lo que está claro es que la obediencia precisa de una entrega absoluta a quien nos rige. El primer caso de desobediencia fue el de Adán y Eva. Pero hemos sido y somos fieles seguidores de sus actitudes irreverentes y descaradas.

Uno podría tener la tentación de pensar que duro castigo tuvo una tan leve falta. ¿No?

Para contextualizarlo debemos pensar quién nos lo dice, por qué, y para qué.

Nos lo dice nuestro Creador.

Porque ya sabe de qué somos capaces.

Para evitarnos la caída en la tentación y el pecado.

Todo esto se resume en ¿qué queremos? ¿Actuar con genuina inocencia, no retando a quién nos trajo a este mundo, o pretendemos querer ser su igual y hacer lo que bien nos parece?

¿Queremos ser perro o gato, en cuanto a nuestra actitud?

La diferencia entre el gato y nosotros es que él no puede decidir y actuar con consciencia y nosotros sí. Es decir, sería incongruente pensar en que un gato puede pecar cuando nosotros lo hacemos constantemente. Digo esto porque me gustan mucho los gatos y compararlos con los humanos me parece muy ofensivo, para ellos, claro está.

Es mucho más fácil de lo que parece ser obediente, solo nos requiere obviar nuestro ego. Pero esto, que solo sería un acto de obediencia, se transforma en una desobediencia constante. Porque pensamos más en nosotros que en los demás y que decir de pensar en nuestro creador.

Es curioso por no decir tragicómico pensar que una de las primeras palabras que decimos, cuando somos críos, y a la que le damos sentido constantemente en nuestra vida es la palabra NO.

Obedecer es un reto esencial para el cristiano, pero objeto de ninguneo para los hombres de este mundo.

Obedecer es buscar constantemente ese niño ingenuo, dócil, entregado, que fuimos y que hemos olvidado a lo largo de nuestra existencia.

Obedecer es entregarse totalmente a nuestro amo y Señor, en su forma trina, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Pero no todas las desobediencias son perniciosas para el ser humano. Dios nos pide que obedezcamos a nuestras autoridades. Eso sí debemos tener suficiente sabiduría para distinguir y priorizar siempre lo que nos pide Dios, y si esto va en contradicción con nuestros líderes en este mundo, no dudemos ni un segundo en obedecer a Dios.

Sueño del paraíso como de un lugar en el que estoy despojado de toda la suciedad de mi condición humana. Me veo ingenuo y entregado en adoración a mi Señor y salvador. No preciso ni de inteligencia ni de malicia, atributos terrenales, solo de candor y de amor. Me olvido de ser yo, para solo ser y estar al lado de mi Padre Celestial.

Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. (Romanos 5:19)

Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. (Romanos 13:1)


Que Dios os bendiga, Alfons <><

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sábado, 2 de abril de 2022

AMOR

No hay amor sin dolor, pero sí mucho dolor cuando no hay amor. (Anónimo)

Sin amor el hombre solo existe, con él, puede alcanzar la eternidad. (Anónimo)

¿Qué es el amor?

¿Sexo? ¿Un sentimiento? ¿Una actitud? ¿Un acto de sacrificio? ¿Un convenio? ¿Platónico o carnal? Etc…

Tal vez sea de todo un poco y más, pero lo que seguro no es, es el exceso de uno solo de ellos, sea el que sea.

La expresión más conocida para los cristianos, cuando se trata de cómo debe ser nuestra actitud amorosa hacia los demás, es el amor Agápē, amor compasivo, ese mismo que no espera nada a cambio pero que todo lo da. Ese mismo que ilustra la vida de Jesús.

Pero no nos engañemos a la hora de experimentar el amor en todas sus facetas, nos encontramos con un componente constante, que si de nosotros dependiera intentaríamos evitar, pero que es la consecuencia de vivir genuinamente nuestro amor, y ese es el dolor. Un sufrimiento positivo que nos hace concienciarnos de que lo que valoramos puede ser efímero, o lo que tememos sempiterno, y cuanto más cuando se aplica a nuestros seres queridos.

El mejor ejemplo es Jesús y su sufrimiento por amor a nosotros. Pero también en la vida cotidiana lo vivimos, o mejor dicho lo sufrimos, con nuestros hijos y/o allegados de toda índole.

Se suele decir que cuando nace un hijo nuestro padecimiento también nace. Y es verdad, los meses de embarazo ya son un aviso para las madres. El parto una ilustración de lo que nos espera a los progenitores. Eso, claro está, si albergamos el amor maternal y paternal que la llegada de una cosita tan pequeñita provoca en nosotros.

Pero no solo las relaciones paternofiliales son procreadoras de amor. Las amistades, la comunión entre hermanos en la fe, cualquier relación que haga que pensemos más en el otro que en nosotros mismos, es digna de este nombre tan bonito de 4 letras: amor.

Las relaciones de una pareja longeva son una ilustración perfecta de cómo el amor, evoluciona, madura y acaba expresándose en su forma más profunda y tierna. Empezamos con la pasión (Epithymia) del deseo. Maduramos con los envites de la vida, haciendo que esta pasión se transforme en respeto, complicidad, resiliencia, actuando con responsabilidad. Si vienen niños, el amor se traslada a nuestros retoños y cuando estos emprenden su propio vuelo nos volvemos a encontrar con nuestro alter ego, nuestra(o) compañera(o) de viaje, dejando que este vacío que experimentamos lo vaya llenando el baúl de nuestros recuerdos y el orgullo de ver nuestros hijos emprender su camino propio. Amor y padecimiento son.

La vejez, o, mejor dicho, los años acumulados, nos ofrecen una oportunidad inmensa de pulir ese amor que hemos estado trabajando toda nuestra vida para que acabe siendo ternura, complicidad, compasión, disfrute con nuestra pareja.

El dolor que hemos experimentado a lo largo de años y años por amor a los demás nos acaba ofreciendo un descanso merecido a través de la resiliencia y de la confianza en Jesús nuestro Señor.

Porque todo esto solo tiene sentido si nos percatamos de que es la senda que nos lleva a cada paso, a cada acto de amor agápē, hacia nuestro creador de la mano de Jesús. El amor es guía, herramienta y solución a todos nuestros avatares en esta vida. Es la llave de paso hacia la puerta que nos abre el camino de santificación de nuestras vidas.

El amor es como un parto, a través de su dolor alcanzamos la alegría suprema. Esa misma que nos hará padecer el resto de nuestra vida, por amor.

No nos engañemos, es más fácil amar a los que queremos, pero Jesús nos pide que amemos a nuestros enemigos y eso topa con nuestro ego. Pablo dice que el amor no espera nada a cambio, pero nosotros solemos esperar, como mínimo, lo mismo a cambio. Y eso no es amar, porque el amor no es un trueque y menos una moneda de cambio, que podemos usar a nuestro antojo. El verdadero amor no se piensa, se vive. No se habla, se da. No se vanagloria, se humilla. No se expone, actúa con humildad y discreción.

Todo deja de tener importancia en este mundo cuando nos acercamos a la promesa de nuestro Señor Jesucristo, la vida eterna a su lado. Y eso solo por Gracia, la máxima y divina expresión del amor incondicional.

Jesús es amor, nosotros, sus agraciados, sus discípulos, no de este mundo, pero sí en este mundo. Amen.

34 Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. (Juan 13: 34-35)

Que Dios os bendiga, Alfons <><

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