No hay nada nuestro que no sea voluntad de Dios, ni nuestra propia voluntad, ni nuestros deseos, ni nuestros propósitos, ni nuestros éxitos, ni nuestros fracasos.
Ante este postulado podemos elegir: aceptarlo y descansar en Él buscando cumplir su voluntad o retarlo y querer revindicar nuestro libre albedrío discutiendo la potestad de Dios.
Lo hicieron Adán y Eva, lo hicieron todos aquellos que condenaron a Jesús en la cruz y lo siguen haciendo en el siglo XXI tantos y tantos creídos que no creyentes.
No dejemos que nuestra arrogancia ciegue nuestro discernimiento.
“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.” Juan 15:16
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