LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

viernes, 30 de junio de 2017

INTERCESIÓN

Cuanto más daño nos causan más tenemos el deber de perdonar, y si nos es imposible, que puede serlo, debemos interceder ante Dios por el causante, porque somos los que más legitimidad tenemos para ello. (Anónimo)


Maestro y alumno se paseaban por los jardines de la curiosidad cuando el alumno le preguntó al maestro:

- Maestro tengo dificultades para entender lo que es la intercesión

- ¿Y qué crees que es? – le preguntó el maestro

- Pues no estoy seguro creo que es mediar a favor de alguien pero no entiendo en qué casos es una intercesión y que casos es una intervención

- La diferencia entre interceder e intervenir es que si bien en el primero actúas, en favor de alguien sin sustituirte a esta persona, en el segundo le arrebatas el protagonismo y lo lideras tú.

- ¿Quiere decir esto maestro que hay momentos en los que debo decidir si me toca a mí o no actuar?

- Siempre actuamos y más todavía cuando decidimos no actuar. Lo importante es entender qué es lo que nos corresponde hacer y con qué legitimidad. Te voy a poner un ejemplo que te ilustrará lo que pretendo decirte. ¿Jesús, en la cruz, perdonó a sus verdugos?

- Pues sí maestro los perdonó

- Joven, y no eres el primero en estar confundido, yo mismo he tardado mucho en entender la realidad y el simbolismo de lo que lleva tras sí, lamento decirte que estás equivocado. Jesús no perdona a sus verdugos, como hombre, hace algo más importante que perdonar.

- No lo entiendo maestro, ¿no les perdona?

- ¿Te acuerdas de sus palabras?”

- Sí, dijo “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”

- ¿Entonces?

- ¿Quiere usted decir que le pide a Dios que los perdone?

- No solo le pide a Dios que los perdone sino que además los disculpa diciendo que no saben lo que hacen.

- Vaya, maestro, he leído tantas veces este pasaje que nunca me he parado a ver este matiz. Jesús es Dios por lo que he interpretado que era Él quien los perdonaba.

- En la cruz es el Dios hecho hombre, y no Dios, quien se crucifica. ¿Y por qué crees tú que actúa de tal manera? Podría haber dicho como tantas veces lo hizo a lo largo de su vida en este mundo, “vuestros pecados os son perdonados”. Por qué crees que no lo dijo.

- No lo sé, maestro, en estos momentos estoy confundido. Todo lo que me está diciendo cambia tanto aquello que creía.

- Cada cual en su corazón debe buscar la respuesta a esta pregunta pero existen algunos elementos que nos pueden ayudar a entender el “por qué” y suelen estar, a menudo, en el “para qué”.

La justica solo es de Dios y los hombres no somos capaces de impartirla con sabiduría y menos con la pureza que requiere. Los hombres somos llamados a perdonar pero cuando el perdón exige justicia somos incapaces de actuar como lo exige la situación. Por ello debemos dejar a Dios que obre con justicia y con amor y en consecuencia interceder por las personas que necesitan de su justicia y de su perdón.

Jesús en la cruz, simboliza está situación en su persona. Nos recuerda que todo puede ser perdonado pero que, no todo está a nuestro alcance perdonar y cuando esto sucede debemos encomendarnos a Dios, nuestro Padre. Jesús, el Dios hecho hombre sufrió lo insoportable para recordarnos cuál debe ser nuestro comportamiento hasta que diciendo “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”, expiró.

La intercesión, joven, es esto. Obrar en discreción y humildad mediando por aquellos que amamos. La oración suele ser la vía más común pero no la única, nuestras obras, movidas por la fe, también pueden llegar a nuestro Padre como intercesión por aquellos que nos han lastimado.

- Ahora lo entiendo, maestro, es un acto de amor y como tal un acto de vida eterna.

- Tú lo has dicho, joven, y no podría decirlo mejor porque la vida eterna es la promesa de amor de Dios para sus hijos. Amen

Y ambos continuaron su paseo dejando que el silencio les hablara.

33 Cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 34 Jesús decía:
—Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lucas 23:33-34)


Que Dios os bendiga, Alfons <><

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miércoles, 28 de junio de 2017

RACISMO

Las raíces del racismo están en el odio a las raíces. (Anónimo)



La suficiencia es el poso del necio, lugar y lagar donde alimenta su engreimiento hasta considerarse superior a los demás.

A menudo juzgamos las personas por sus apariencias, y ¿qué habríamos pensado de Jesús si hubiera cruzado nuestro camino? Somos prontos en condenar las diferencias, lo que nos lleva a sentirnos mejores que aquello y/o aquellos que no aceptamos, que no entendemos.

Sin tolerancia ni respeto el racismo está en tierra abonada y crecerá, como mala hierba que es, hasta ahogar nuestro raciocinio.

Es tan fácil sentirse superior a los demás que nuestra condición nos invita constantemente a caer en las garras de la condescendencia de nuestro ego para que cedamos a nuestros instintos más bajos. Aquellos que hacen que para elevarnos aplastemos a todo aquel que pretendemos poner bajo nuestro yugo.

Es más fácil ser racista en posición dominante que dominada, de hecho es un rasgo de los tiranos menospreciar a los demás para sentirse superior a ellos.

El amor no entiende de razas, solo de corazones, y la sangre que fluye en ellos escomo un río de agua de vida que embellece todo aquello y aquellos que alimenta sin distinción.

El hombre siempre ha necesitado excusas para manifestar su necesidad de superioridad con el fin de equiparse a Dios. Pero su camino ha sido constantemente desacertado porque donde Dios siembre humildad y mansedumbre el hombre escoge orgullo y rebeldía para manifestar su dominio. Jesús, maestros de maestros, nos ha enseñado el camino de los justos pero muchos han escogido el de los soberbios, creyéndose una raza elegida cuando no hay elección que del hombre nazca solo condena para su propia concupiscencia.

El proceso de selección pretende mejorar el género que trata, de ahí nace el racismo, de la creencia de que el hombre es capaz de perfeccionarse a sí mismo cuando lo único que consigue es condenarse. La perfección solo puede emanar de lo perfecto, de lo impoluto, de la pureza que solo existe y es en Dios nuestro padre y creador. Lo que el hombre pretende siempre acaba con el intento de enseñorearse de los demás por su incapacidad de hacerse dueño de sí mismo.

El pueblo elegido de Dios no es fruto de una sola raza más sí de la elección de todos aquellos que han decidido entregarse a Él sin acepción de color, ni de linaje, por los que Jesús dio su vida en esta tierra y que, a su lado, compartirán la eternidad.

¿De qué sirve ostentar nuestras diferencias si todos somos hechos del mismo barro por nuestro creador? Las diferencias no son razones de más separación, mas sí de enriquecimiento porque nos dan la oportunidad de aportarnos los unos a los otros aquello de lo que carecemos más, amor.


27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (Génesis 1:27)

25 Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo un guía, 26 porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús,27 pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. 28 Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 29 Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa. (Gálatas 3:25-29)

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martes, 27 de junio de 2017

TENTACIONES

La única forma de resistir la tentación es tentando mi resistencia hasta que por fin me venza. (Anónimo)



No hay plato que prometa más que el de la tentación pero su precio es nuestra alma, bien lo sabe el maligno, maestro de los manjares mundanos que llamamos pecado.

El que dice ser inmune a la tentación, es necio por no ver en cuantas ha caído, y también inconsciente porque todavía no se ha enfrentado al reto de su vida aquella que no le será posible resistir sin Dios.

Ser conscientes de que somos sujetos a las tentaciones no las evita pero sí hace que estemos preparados para resistir el envite o pedir el amparo de Jesús.

No hay pequeñas tentaciones, todas son como una puerta que se abre a nuestros deseos incontrolados, algunas son más grandes que otras pero todas nos invitan a lanzarnos al precipicio de nuestra condición.

La tentación es un rito donde el maestro de ceremonia es el diablo, quien todo lo usa para seducir nuestra concupiscencia, y nuestra ofrenda a su culto es el pecado, nuestro pecado. Tenemos la opción de negarnos a este ceremonial, por mucho que alimente nuestro ego, pero para ello es necesario tener el Espíritu Santo en nosotros, Jesús a nuestro lado y Dios en el punto de mira. Solo así derrotaremos la semilla de maldad que mora en cada uno de nosotros.

Hay tentaciones que son tan sucias que solo de pensarlas ya nos sentimos corrompidos por ellas pero no es malo tener tentaciones, ni bueno, es normal en la vida de un pecador. Lo importante es saber resistirles y eliminarlas de nuestra vida y eso solo es posible con la ayuda de Dios.

El camino de la vida es angosto y está rodeado de acantilados de tentación. Hay quien lo emprende con los ojos vendados y quien lo hace de la mano de Jesús. No es difícil imaginarse aquel que llegará a buen puerto.

La clave para resistir a las tentaciones es la obediencia a Dios pero también es nuestro punto débil porque no solemos tener toda la humildad y sumisión que requiere tal cualidad.

Hacer uso de nuestras habilidades para conseguir algo que no nos es licito es la tentación más común a la que nos enfrentamos. Conseguir las cosas por mérito propio y sin artimañas y renunciar a aquellas que no nos corresponden es la respuesta del sabio frente a la necedad del que sucumbe a tal tentación.

Si Jesús, que es nuestro maestro y Señor, supo resistir al maligno en momentos de gran tribulación que menos que sigamos su ejemplo. Por desgracia es más fácil decirlo que hacerlo y nuestra vida está cargada de ejemplos en los que no hemos sabido resistir a la tentación. Pero no por ello debemos renunciar al empeño de combatirla porque si bien no estamos a la altura, sí tenemos a Jesús para apoyarnos y hacer que al final triunfemos sobre el mal porque suya es la victoria, la gloria, la honra y el honor.

4 Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. 2 Después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre. 3 Se le acercó el tentador y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.
4 Él respondió y dijo:
—Escrito está: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”
5 Entonces el diablo lo llevó a la santa ciudad, lo puso sobre el pináculo del Templo 6 y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues escrito está: “A sus ángeles mandará acerca de ti”, y “En sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra.”
7 Jesús le dijo:
—Escrito está también: “No tentarás al Señor tu Dios.”
8 Otra vez lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, 9 y le dijo:
—Todo esto te daré, si postrado me adoras.
10 Entonces Jesús le dijo:
—Vete, Satanás, porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él servirás.”
11 El diablo entonces lo dejó, y vinieron ángeles y lo servían. (Mateo 4:1-11)


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lunes, 26 de junio de 2017

CAMBIAR

He prometido tanto a mi pareja que voy a cambiar que lo único que he conseguido es que ella me cambie por otro. (Anónimo)


Los grandes momentos de cambios en nuestra vida son aquellos en los que nosotros somos los autores y no los actores de lo que sucede. Si no estamos satisfechos con nuestra situación aspiramos a cambiarla cuando en realidad es la situación quien nos está cambiando a nosotros.

El que busca cambiarlo todo solo consigue permanecer en su frustración.

Si no puedes cambiar una situación adáptate a ella cambiando tú tu actitud y conseguirás dominarla.

La personas no cambian, nuestra forma de verlas sí, pero eso depende más de como las miramos que de como son.

Somos más proclives a querer cambiar a los demás que a nosotros mismos, es fruto de nuestra condición humana.

Los cambios siempre son una oportunidad para quien los acepta con serenidad y una condena para quien los rehúye por miedo.

Se dice que al ser humano no le gustan los cambios por esencia porque somos animales de costumbres. En realidad es porque somos animales de malas costumbres porque si no entenderíamos que en este mundo las situaciones nos son eternas.

Cuando intentamos cambiar las cosas no siempre las mejoramos y no tenemos oportunidad de volver al estado anterior, por ello es importante pensárselo bien antes de actuar no sea que la situación se apodere de nosotros y no lo contrario.

Es más sabio intentar mejorar que de querer cambiar porque si bien lo primero es siempre posible, deseable y nuestro alcance, lo segundo suele ser un engaño a sí mismo y por supuesto a los demás.

No dejemos que los malos momentos nos cambien, Oremos y obremos para que seamos nosotros quien podamos convertirlos en oportunidades de amor.

Cuando veas un cambio real en una persona no te preguntes como lo ha conseguido sino busca por qué y para qué Dios lo ha transformado.

Las personas no cambian de por sí, solo Dios puede convertir las mentes, los corazones, los espíritus y las almas.

10 Oye, Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, ¡sé tú mi ayudador! 11 Has cambiado mi lamento en baile; me quitaste la ropa áspera y me vestiste de alegría. 12 Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, ¡te alabaré para siempre! (Salmo 30:10-12)


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jueves, 22 de junio de 2017

LA FATIGA DE LOS JUSTOS

El hombre es una máquina de actuar y su fatiga es como la de un coche, siempre empiezan fallando las partes más débiles. (Anónimo)



El hombre justo no bebe del manantial de lasitud porque su causa es lozanía divina que lo mantiene activo en camino de rectitud.

Cuando uno se afana con toda su alma es normal que la fatiga lo aceche pero si su propósito es sincero solo será una pausa para recobrar fuerzas y permanecer en su empeño.

Si el agotamiento nos impide continuar con nuestro camino es porque, o no es el correcto o no somos las personas adecuadas para él porque no toda senda está con designios bendecidos para quien la pretende conquistar sino para quien debe.

El cansancio de los justos, es gozo de lo cumplido y sosiego de obediencia. No genera debilidad, mas sí paz interior al final de un recorrido.

No hay nada más desalentador que cansarse inútilmente o peor, equivocadamente, porque es como sembrar sobre las piedras y esperar ver fruto, solo recibe premio de desquicio.

La fatiga es un galardón para aquel que obra guiado por el Espíritu Santo y un castigo para el que obra en su propio interés.

Cuando nos acecha el cansancio debemos pensar en cuál es nuestro propósito en esta vida y en lo que nos hace diferentes del mundo. Solo encontraremos fuerzas en el Dios trino porque solo Él es agua de vida que sacia y restaura las almas necesitadas.

El premio a una vida en santidad es el gozo de un cansancio salvador, aquel que hace que todas nuestras obras sean fruto de nuestra devoción a Dios.

El agotamiento no es promesa de derrota para los que esperan en Jehová, es la seguridad de estar arropados por nuestro creador para que cumplamos su propósito más allá de nuestras fuerzas.

Mas los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán. (Isaías 40:31)

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miércoles, 21 de junio de 2017

AMOR AL ODIO

El amor al odio es tan sencillo como destructivo porque se basa en el odio al amor. (Anónimo)



Hay personas que viven del odio como del aire que respiran y les sucede como con el aire, cuando escasea se ahogan y cuando desaparece, mueren.

Todos necesitamos un propósito en esta vida. Algunos lo encuentran en la aversión hacia los demás y eso es porque no tienen la valentía de juzgarse a ellos mismos.

La inseguridad del necio puede ser alimentada por el miedo a amar y ser amado por ello algunos lo suplen con el odio para que nadie se atreva a ponerlos en riesgo de amor.

La antipatía es la puerta de entrada del odio tanto el que generamos como del que nos alimentamos y su marca principal es la ausencia de amor.

Todos nos tendríamos que preguntar si odiamos a alguien y si la respuesta es sí, obrar hasta transformar este aborrecimiento en amor. Será de bendición para el afectado pero sobre todo para nosotros.

Donde reina el amor sincero no hay lugar para el odio pero muchos amores son interesados, esperan algo a cambio, son pasiones sin compasión. Estos son la antesala del odio porque siempre hay frustración ante tan grandes expectativas.

Para odiar a los demás hay que tener un corazón impuro porque lo impoluto es ajeno a la mugre de los sentimientos exacerbados.

Odiar la mentira es amar la verdad. Esta es la única licencia que tenemos para el odio, aborrecer el pecado y su mentor.

La vida es un camino farragoso y a veces extenuante pero con amor se hace llevadero, con odio, insoportable.

La amargura es fuente de alimentación del odio, nace de una falta de compasión y del dominio del ego sobre nuestra condición.

No hay lugar para el odio hacia los demás en los hijos de Dios aunque sean nuestros verdugos.

El amor es el antídoto al odio, por ello Jesús lo pone como piedra angular de nuestra actitud y comportamiento porque el amor todo lo puede y a todo resiste.

No hay persona más agraviada que Jesús por su propio pueblo y sí con todo eso Él nunca mostró un atisbo de odio hacia aquellos que lo maltrataron, ¿quién somos nosotros para actuar de otra forma? El odio no se justifica bajo ningún concepto ni tan solo a nosotros mismos.

El odio despierta rencillas, pero el amor cubre todas las faltas. (Proverbios 10:12)

Los labios mentirosos son abominación al SEÑOR, pero los que obran fielmente son su deleite. (Proverbios 12:22)

Mejor es comida de legumbres donde hay amor, que de buey engordado donde hay odio. (Proverbios 15:17)


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LA PARADOJA DE LA MUERTE

Hay tantas cosas que hemos hecho juntos que siento el vació de todas aquellas que nos han quedado por hacer. (Anónimo)


Hay hombres que temen la muerte, otros que la desean, la buscan pero sobre todo hay quienes viven como si no existiera. Pero aquello que hace que dejemos de vivir es tan presente como la ausencia que causa cuando aparece.

Los cristianos no somos de este mundo pero estamos llamados a vivir en él para ser sal y luz, testigos de nuestro Dios y creador.

No somos de este mundo y por ello cuando Dios nos llame a su presencia será el cumplimiento de un destino que nos llevará mediante su gracia a la eternidad, a su lado.

Pero vivimos en él y por ello sufrimos sus obligaciones, sus imposiciones. No que las aceptemos, no, pero sí que padezcamos sus efectos en todos aquellos que amamos.

Y qué decir cuando a lo largo de una vida hemos compartido todos estos avatares, todas esta batallas con nuestra pareja, consolidando, fraguando un amor que va más allá de las pasiones de juventud. Un amor que se basa en la complicidad, en el respeto, en el enriquecimiento mutuo. Un amor que no precisa de palabras y para el que los hechos ya han demostrado todo lo que siente el uno por el otro hasta tal punto que la mera presencia de nuestra pareja ya es un gozo en sí. Qué decir cuando nos imaginamos imposible estar el uno sin el otro, qué decir cuando esta harmonía perfecta, labrada y trabajada a lo largo de toda una vida se quiebra como cristal fino golpeado por un puño de hierro, la muerte.

Nuestro corazón no está preparado para tal prueba y por mucho que la imaginemos no podemos realizar la cruenta sensación que nos invade cuando esto acontece.

Los cristianos estamos llamados a vivir la paradoja de la muerte, la que clama que es necesaria para la vida eterna. Pero también la paradoja de sufrir lo indecible por nuestra alegría espiritual, de aguantar lo insoportable en pos de nuestra felicidad futura. Es fácil pensar y decir que la persona que hemos amado ahora está con Dios pero no es humano no sentir el vacío que nos deja en el corazón, en el alma. Nuestros allegados, la familia, los hermanos serán de una gran ayuda pero nadie, en este mundo, podrá llenar el hueco profundo de nuestro corazón, ese mismo que se hizo a su partida. Solo la fe y el amor de Dios son capaces de hacer que superemos estos momentos.

En este mundo la soledad se define como la carencia de compañía, esto ignora el hecho que cuando más la experimentamos es cuando estamos rodeados por multitud. Porque la soledad no se suple con compañía sino con compañero/a. Y cuando este/a nos deja nadie en este mundo podrá evitar que nos sintamos desamparados, nadie de este mundo.

La soledad aparece a menudo cuando se cierra la puerta de casa y todo vuelve a una nueva normalidad. Una que hace los recuerdos ya no se compartan sino que suplan nuestra soledad con presencias pasadas.

Por ello el Dios trino es el único capaz de curar las heridas de nuestro amor truncado. Dios es amor y refugio de sus hijos, más si cabe cuando están perdidos en las tormentas de sentimientos que generan estas situaciones. Solo Él podrás aliviar nuestro corazón y nuestra mente. Solo Él sabe cómo fortalecer nuestra vida de nuevo. ¡¡¡SOLO ÉL!!!

Se ven muchos seres humanos perdidos cuando han experimentado la desaparición de su pareja pero los cristianos, si bien estamos dolidos que menos, no estamos perdidos porque el camino de la salvación es nuestro camino, Jesús nuestro guía y nuestra fe, el motor de un espíritu que nos hará ver que la vida continua y que si bien no somos de este mundo estamos llamados a vivir en él hasta nuestros últimos momentos para ser sal y luz. Hasta que se apague la nuestra.

Esta reflexión la he escrito pensado en unos queridos hermanos, Victor i Pilarín. Que Dios os bendiga y te de fuerzas Pilarin.

34 Entonces respondiendo Jesús, les dijo:
—Los hijos de este siglo se casan y se dan en casamiento, 35 pero los que son tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni se dan en casamiento, 36 porque ya no pueden morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios al ser hijos de la resurrección. 37 Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, 38 porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven. (Lucas 20:34-38)


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martes, 20 de junio de 2017

LO QUE NOS HACE DIFERENTES

Si lo que nos hace diferentes es lo que nos une, somos frutos del amor. (Anónimo)


Cuando me miran, no sé si es porque saben que soy diferente o porque yo me considero diferente. Lo importante no es la respuesta a esta pregunta, lo importante es ser consciente de la diferencia que tengo en mí, gracias al Espíritu Santo, y manifestarla al mundo con buenas obras.

Para sentirse diferentes hay que ser anfitriones del Espíritu Santo porque si no mora en nosotros, distinguirse de los demás se transforma en pura vanidad.

Los cristianos somos considerados trasnochadores del mundo secular, pues más que buscar la modernidad de los placeres de la vida mundana nos anclamos en la palabra de Dios que ha existido y existirá por los siglos de los siglos.

Cuando veo una persona necesitada, me siento diferente, cuando veo el dolor, me siento deferente, cuando veo la maldad me siento diferente, cuando veo el pecado apoderarse de alguien me siento diferente. ¿Por qué? Pues porque me siento comprometido con mi fe y que esta me lleva a obrar por el bien de aquellos que necesitan amor y consuelo, que necesitan amparo y esperanza.

Ser una persona diferente en este mundo es tan sencillo como no ser como los demás sino como Dios quiere que seamos por amor a Él.

De joven, ser diferente en una pandilla nos hacía ser el objeto de todas las bromas, de todas las burlas. Era un castigo que no elegíamos pero servía para que los demás se sintieran fuertes. De mayor podemos elegir ser diferentes o continuar con una vida en la que sentirse fuerte pasa por maltratar a los demás. Tenemos elección y nuestra es la decisión.

El que sabe que es hijo de Dios sabe que es diferente a los demás porque es consciente de que no somos de este mundo si bien vivimos en él.

Cuando un hombre piensa en su futuro piensa en aquello que desea conseguir en esta vida pero cuando los hijos de Dios piensan en clave de futuro solo desean estar con su Padre y Creador por toda la eternidad.

22 Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (Gálatas 5:22-23)

11 Amados, si Dios así nos ha amado, también debemos amarnos unos a otros. 12 Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor se ha perfeccionado en nosotros. 13 En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. 14 Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. (1 Juan 4:11-14)


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lunes, 19 de junio de 2017

POLVO QUEMADO

Todo lo destructor también es una oportunidad de vida, siempre y cuando sea obra de Dios y no del hombre. (Anónimo)


Erase de un bosque que estaba en medio de las tierras más ricas del continente que se llamaba el bosque de la vida.

Su opulencia, su frondosidad eran legendarias. Todo en él crecía y era bendecido. Las setas, las flores, el musgo eran como una alfombra para el señorío de robles y abetos. Los animales vivían en harmonía con su hábitat y se ocupaban de limpiar el bosque para que estuviera siempre acogedor. No había conocido el paso del hombre pues estaba al final de un desfiladero angosto. Era como uno se puede imaginar el jardín del Edén. Como si nada más necesitara para ser como era.

La majestuosidad del bosque fue creciendo hasta tal punto que empezó a invadir sus alrededores, pero cuanto más grande, más se deterioraba su interior como si todo aquello que lo regulaba fuese incapaz de asumir su crecimiento. Los animales se multiplicaban sin control y malmetían todo aquello que tocaban. La maleza empezaba a acumularse y el color del bosque empezó a virar del verde intenso al marrón deslustrado.

Un día hubo una gran tormenta, una de esas que tantas veces había azotado el bosque y lo había limpiado de sus impurezas lavándolo y también, mediante sus relámpagos, quemando la maleza. Pero esta vez el lienzo de ramas y hojas secas estaba complementado por todos los desperdicios animales y representaban un poso tremendo para el fuego que se había iniciado.

No fue como tantas y tantas veces había sucedido, el incendio no se ahogó de por sí solo en pocas horas, no, duró días y días y cuanto más tiempo pasaba más destrozos hacía a su paso hasta que quemo todo el bosque. Aquella mancha verde se había convertido en un tachón negro azabache humeante.

El bosque de la vida se había transformado en un bosque muerto. En la sepultura obligada de todo aquello que en él y de él vivía. La desolación era perfecta y un silencio sepulcral puntuaba su ausencia de vida.

Nada parecía haber sobrevivido. Pero la naturaleza es sabia y, si bien castiga las riquezas desbocadas con un fuego devastador, también, en la humildad de las cenizas y con la paciencia del tiempo que continúa desgranándose, sabe premiar con esperanza a su alumno castigado, el bosque de la vida.

Un día fue un brote en un árbol calcinado que, dado por muerto, había sabido resistir cediendo su ramaje. Otro día fueron cuatro tallos de hierba que se hicieron paso entre las cenizas frías del holocausto. El agua es vida y da la vida y a cada lluvia más brotes, más señales de renacimiento. Algunos animales que habían conseguido huir del bosque volvieron a sus antiguas guaridas y poco a poco el bosque volvió a cobrar vida. Tardaron decenios en hacer que aquella devastación no fuera más visible y que el bosque de nuevo se enseñoreara pero ahora sabía que la madre naturaleza lo vigilaba y que si se pasaba de opulencia caería de nuevo en las manos del fuego redentor.

Los hombres somos como un bosque de la vida, vivimos nuestros éxitos de tal forma que si no los controlamos se enseñorean de nosotros y crecemos descontroladamente. Los incendios de nuestra vida pretenden regenerar nuestra consciencia de la realidad. A veces son suficientes para que reconsideremos nuestro camino pero si no es así el fuego devastador de las pruebas puede arrasarnos y dejarnos como las cenizas del bosque de la vida. Pero como ellas, con paciencia y los ojos puestos en nuestro Señor y Salvador, también nosotros veremos crecer los brotes de esperanza de una vida en Jesús.

Dios es fuego consumidor y fuego regenerador y nosotros solo somos un mal combustible que necesita el agua de vida que es Jesús para resistir el incendio definitivo.

Debemos ser más conscientes de esta realidad porque al final solo somos polvo y que son las cenizas sino polvo quemado.

17 Tú dices: Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad. Pero no sabes que eres desventurado, miserable, pobre, ciego y estás desnudo. (Apocalipsis 3:17)


Que Dios os bendiga, Alfons <><

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jueves, 15 de junio de 2017

HONRAR

Cuando la honra se transforma en polvo, el espíritu también hasta que ambos se los lleva el viento. (Anónimo)



Dime a quién honras y te diré a quién deshonras porque en el respeto no hay medias tintas ni compromisos dudosos, solo la firmeza de nuestra sinceridad.

Cuando el dinero es objeto de honra el hombre es su esclavo. Esto que parece tan obvio es el pan de cada día de los hombres de este mundo pero todos vivimos como si no fuera con nosotros.

Honrar es la consideración más importante y profunda con la que una persona puede tratar a otra. Solo puede aplicarse con sinceridad y humildad.

Honrar a sus padres no tiene mérito para un cristiano porque es una actitud natural y fruto del amor y la fe que alimentan su corazón. Honrar a Dios es cumplir con el propósito de nuestra creación.

La diferencia entre el respeto y la honra es que si bien el respeto puede ser un trato de igual a igual, la honra es un respeto sumiso a la grandeza de quien se lo merece. Nuestros genitores y sobre todo y todos, Dios, nuestro creador deben ser honrados por sus hijos.

Honrar es fruto del amor que obra en nosotros por ello, cuando es sincero, no espera nada a cambio.

Hoy en día ser una persona honrada es ser una persona honesta, y en la mayoría de los casos eso quiere decir que es una persona tonta pues ya se sabe que la honestidad no retribuye.

Es una pena pero suele ser así y de nosotros depende que se cambie esta percepción. Para ello hay que predicar con el ejemplo y demostrar que honrar es mucho más que reconocer la honestidad de alguien. Es amarlo, respetarlo, admirarlo sin idolatrarlo, estar a su lado, escucharlo, aceptar sus imperfecciones y sobre todo manifestar a los demás nuestra deferencia hacia esta persona como todos los hijos deberían hacer con sus padres. Y qué decir de nuestro Padre celestial sino que además debemos venerar y bendecir su perfección, su pureza, su gracia y su infinito amor.

La honra no es un atuendo para los mundanos pues requiere un atributo que les es desconocido, la fe. Sin ella la honra es solo una declaración intenciones, con ella se transforma en un acto de amor incondicional. Amor a Dios.

Honra a Jehová con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos; 10 entonces tus graneros estarán colmados con abundancia y tus lagares rebosarán de mosto. (Eclesiastés 3:9)

Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová, tu Dios, te da. (Éxodo 20:12)


Que Dios os bendiga, Alfons <><


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miércoles, 14 de junio de 2017

EL DIOS VIENTRE

El hambre es necesidad de los pobres y gula de los ricos. (Anónimo)



La mejor respuesta a lo que el vientre nos pide es negárselo hasta que la necesidad sea su verdadera motivación. Porque estamos tan acostumbrados a saciarnos inútilmente que lo único que alimentamos es nuestra ansia y cuanto más engullimos más queremos.

Es así en asuntos del cuerpo pero también en asuntos del alma. Los alimentos espirituales no son suministros a devorar con glotonería, mas sí maná lo suficientemente escaso para no alimentar nuestra vanidad y lo preciso para enriquecer nuestro corazón y nuestro espíritu.

El que se vanagloria de estar saciado espiritualmente lo único que ha conseguido es poner al dios vientre como centro de su vida y eso solo lo aboca a la perdición.

Todos tenemos ganas de alimentarnos pero es conocido que una mala dieta aboca a la obesidad o a la anorexia, ambas frutos del exceso. Nuestro espíritu tiene las mismas necesidades y las mismas debilidades.

¿Quién no ha visto a eruditos obesos de conocimiento de la biblia pero inútiles ejemplos a seguir por su testimonio falto de ejemplaridad.

O ¿quién no ha visto a personas anoréxicas de mente, incapaces de pensar de lo ocupadas que están en engullir los placeres seculares?

El que sigue a Cristo se niega al dios vientre porque sabe que no es aquello que nuestro cuerpo o nuestra mente pide lo que solemos necesitar. Dios es quien mejor que nadie lo sabe y según ello nos cuida.

El ayuno es una disciplina necesaria y enriquecedora porque pone el dios vientre en su lugar, a la cola. Un día sin coger alimentos parece fácil pero conforme van pasando las horas nuestra mente nos reclama su pitanza. Saber resistir a este envite nos hace pensar en la diferencia que hay entre tragar y alimentarse y darle más relevancia a nuestra dieta tanto física como espiritual.

Los seguidores de Cristo son malos anunciantes del dios vientre, los seguidores del mundo son su mejor reclamo.

El cuerpo es un mal necesario en este mundo pero por suerte solo en este mundo.



17 Hermanos, sed imitadores de mí y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros, 18 porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo. 19 El fin de ellos será la perdición. Su dios es el vientre, su gloria es aquello que debería avergonzarlos, y sólo piensan en lo terrenal. 20 Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. 21 Él transformará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso semejante al suyo, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas. (Filipenses 3: 17-21)

Que Dios os bendiga, Alfons <><


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martes, 13 de junio de 2017

HORMIGAS BAJO LA LUPA

No vemos las cosas como son sino como somos, eso las hace más difíciles de comprender, porque nuestro raciocinio desvirtúa la realidad a su antojo. (Anónimo)



No hay nada más intrascendente que una hormiga hasta que la miramos bajo la lupa. Entonces se revela su aspecto verdadero y lo que era una mancha negra en movimiento se transforma en un animal inquietante.

Lo que el ojo del hombre no quiere ver, la mirada de Dios lo escudriña. Pretendemos ser como hormigas insignificantes a la mirada de Dios y pensamos que ignorándolo no nos verá pero su omnisciencia nos revela a Él con toda nuestra condición.

Vivimos nuestra vida despreocupados de nuestro verdadero futuro o así lo demostramos por nuestro comportamiento. Cuidamos más el parecer de lo que somos que el ser que se amaga detrás de las apariencias. Muchos nos defenderemos de tal acusación pero la verdad, la que se revela bajo la lupa, muestra que nuestro ego es más fuerte que nuestro amor hacia los demás. Y esta constatación nos obliga a reconsiderar el camino que deberíamos seguir.

Porque somos tan diminutos como las hormigas pensamos que no se nos observa, como Adán y Eva en el jardín del Edén, pero como ellos cuando pecamos descubrimos nuestras vergüenzas y sentimos la necesidad imperiosa de taparlas.

La obediencia es lo más fácil de entender y lo más difícil de cumplir porque si bien actuar como se nos pide está al alcance de cada cual, nuestro ego suele poner fácilmente en cuestión la legitimidad del peticionario, incluso si de Dios se trata.

Es verdad que cuando observamos el mundo nos sentimos diminutos, qué decir cuando consideramos el universo pero lo más importante es ¿cómo nos sentimos cuando estamos como una hormiga bajo la lupa de su creador, del creador del mundo y del universo?

Somos lo suficientemente importantes para que Dios haya sacrificado su hijo por nuestros pecados, somos lo suficientemente importantes para que su gracia nos abra las puertas de su amor, somos lo suficientemente importantes para cada día de nuestra vida sus enseñanzas nos protejan y nos guíen hacia la salvación.

Pero ¿de verdad queremos tener la relevancia, el propósito, la vida para la que Él nos ha creado?

Somos como las hormigas, pero si lo somos de verdad actuaremos como ellas dedicando nuestra vida y nuestra obra a la reina del hormiguero, a Dios.

6 Al ver la mujer que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido, el cual comió al igual que ella. 7 Entonces fueron abiertos los ojos de ambos y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Cosieron, pues, hojas de higuera y se hicieron delantales. (Génesis 3:6-7)

24 Cuatro de las cosas más pequeñas de la tierra son más sabias que los sabios: 25 las hormigas, pueblo que no es fuerte, pero en verano preparan su comida; 26 los conejos, pueblo que no es vigoroso, pero hacen su casa en la piedra; 27 las langostas, que no tienen rey,
pero salen todas por cuadrillas; 28 la araña, que la atrapas con la mano, pero está en los palacios reales. (Proverbios 30:24-28)




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viernes, 9 de junio de 2017

SOBERBIA

A nadie necesito sino a mí mismo para mí condena. (Anónimo)


La soberbia es creer que solo todo lo que queremos es aquello que únicamente necesitamos, es suficiencia de espíritu y ausencia de Espíritu Santo.

Hay dos tipos de personas que caen de su altivez; el que pretende llegar a estar por encima de los demás y aquel que estima que no es necesario porque ya se considera superior, siendo la soberbia su mentor.

La soberbia es un pecado cínico pues solo precisa de nuestro ego.

Cuando no escuchamos, sino solo aquello que nosotros opinamos, acabamos juzgando a todos aquellos que no comulgan con nuestras opiniones desde la soberbia de un corazón endurecido.

El que tiene temor de Dios se libra de caer en la soberbia de sus juicios, pues a Dios le deja ser Justicia.

Estar seguro de sí mismo es una actitud ensalzada en nuestra sociedad pero el que de verdad es conocedor de sus límites acepta sus debilidades como parte de su fuerza.

La soberbia hace de la lengua una espada afilada y mortífera que parte corazones a diestra y siniestra.

El orgullo y la vanidad se unen en la soberbia del engreído.

El que considera la humildad como timidez de espíritu ha dejado que la soberbia de su corazón le ciegue el entendimiento.

Cuando llega la soberbia, llega también la deshonra; pero con los humildes está la sabiduría. (Proverbios 11:2)

En la boca del necio está la vara de su soberbia; a los sabios, sus labios los protegen. (Proverbios 14:3)


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jueves, 1 de junio de 2017

YA NO ME ACUERDO DE MIS SUEÑOS

He soñado tanto que he aborrecido los recuerdos de mis esperanzas. (Anónimo)



De joven mis sueños empezaban despierto, pensado, planificando, proyectando mil y una aventuras y cuando me iba a dormir me concentraba en todos mis pensamientos para darles continuidad. A veces vivía aventuras increíbles mientras descansaba la cabeza en mi almohada. Volaba, vencía, convencía y vivía intensamente mis quimeras.

No importaba la veracidad de mis fantasías eran una manada de esperanza lanzada en el torbellino de mi existencia que me permitían alimentar la ilusión por vivir. Cuantos más avatares en la realidad cotidiana, más buscaba escaparme de ellos a través de mis sueños. Recuerdo que hice varias veces la vuelta a Europa en bicicleta con un amigo y ni tan solo sabía montar en ella. Era mi forma de evadirme de la miseria en la que mis padres y yo vivíamos.

De pequeño uno no necesita nada más que su mente para soñar, el resto es superfluo y no influye en nuestros deseos.

También me acuerdo de sueños terroríficos de los que solo me podía escapar despertándome, sueños que se repetían a pesar de mi voluntad de evitarlos. Sueños que me arrastraban en lo más profundo de mis temores, de mis terrores. Pero siempre acababa despertándome y reconciliándome con la vida porque tenía sueños de esperanza más fuertes que mis pesadillas.

Cuando uno se hace mayor los sueños pierden su magia, pasan a ser quimeras del instante, tan irreales como poco creíbles. Nos olvidamos de proyectarnos en el futuro de lo pendiente que estamos de poder subsistir al presente.

Ya no hay deseo de soñar sino voluntad de querer resistir a los desengaños, a las desilusiones de la vida. Estos mismos que son plato caliente y plato frío cada día de nuestra existencia.

Uno se hace más duro, menos ingenuo e intenta blindarse ante el coste de las emociones traicionadas. Insensible si cabe para no sufrir, evitamos arriesgarnos a querer no sea que nos mortifique como tantas veces pasa. Nos acordamos muchos más de nuestras pesadillas que de nuestras ilusiones y poco a poco nos vamos olvidando de nuestros sueños.

Es curioso porque en realidad la experiencia de la vida nos aboca a lo contrario de lo que deberíamos hacer. La paradoja de la vida es que hay que sentirse morir para darse cuenta que uno está vivo. Y si se trata de nuestro espíritu hay que querer matar esta vida mundana que mora en nosotros para renacer en Cristo.

Renacer en Cristo es volver a la inocencia de nuestra niñez con la consciencia y experiencia de toda una vida. Es volver a soñar que podemos volar, que podemos evadirnos de este mundo secular. Es entregarle todos nuestras penas y descansar en Él. Es sentirse diminuto a su lado pero ser tratado como lo más preciado por su amor infinito..

Es precioso escuchar un niño que cuando nos cuenta sus sueños, nos transporta a nuestra niñez, a la edad donde la inocencia primaba sobre la consciencia y nos daba licencia para soñar.

Un día dije ya no me acuerdo de mis sueños pero desde que conocí a Cristo esto ya no es verdad porque Él es mi esperanza y en Él están todos mis sueños. ¿Y tú ya no te acuerdas de tus sueños?

24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos:
—Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, 25 porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. 26 ¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de su alma?, 27 porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. 28 De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte hasta que hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su Reino. (Mateo 16:24-28)


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