LA CREACIÓN

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DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

martes, 17 de septiembre de 2019

LA INOCENCIA MENGUANTE

Lo que mengua paulatinamente acaba siempre desapareciendo sin previo aviso. (Anónimo)

Hace unos días un amigo me hizo un comentario que despertó en mí una tremenda concienciación de los tiempos que vivimos. Me dijo: “es curioso pero perdemos nuestra inocencia cada vez más pronto” y añadió: “buenos igual es normal y bueno, con los tiempos que vivimos.”

Tiene en parte razón, y esto está sucediendo de forma tan imperceptible que no nos percatamos de la gravedad que ello comporta.

Nuestra referencia de la inocencia es la infancia, los niños. Y cuando Jesús se refiere a ellos es en referencia a su característica más importante: la inocencia. Porque quien no ha tenido ese lance de ternura, compasión y amor hacia sus bebés o sus hijos/as cuando todavía no han perdido esa dependencia total de sus progenitores. Esa visión que solo puede sostener la inocencia está basada en una confianza ciega, incuestionable e incuestionada por todos aquellos para quien su mundo gira alrededor de sus padres.

Volviendo a la reflexión de mi amigo, fuerza es de constatar que tiene razón. Cada generación que nace reduce su tiempo de inocencia. Solo hace falta pensar como nos comportábamos nosotros con nuestros padre y como se comportan nuestros hijos o nuestros nietos. Lo que era un acto de inocencia en nuestra época ahora sería, en la mayoría de los casos, considerado de falta de madurez o peor de falta de picardía. Porque hemos remplazado la ingenuidad de nuestra juventud por la aplastante fuerza del pragmatismo juvenil. Los jóvenes ya no tienen sueños que cumplir, ahora tienen objetivos. Los valores ya no son parte de las reglas del juego porque en el arte de sobrevivir todo vale.

Hoy en día una persona buena es considerada débil. ¿Qué decir de un niño? Lo mismo o peor porque la docilidad es un rastro negativo de su personalidad. Los niños deben mostrar carácter, incluso la rebeldía es un síntoma más positivo que la mansedumbre. Las desvergüenzas imperan sobre la humildad.

¿Y qué decir de la segunda parte del comentario de mi amigo? Visto desde el prisma de la sociedad en la que vivimos tiene razón. Esta misma quien ensalza la competitividad, los atavismos primarios de supervivencia que nos invitan a matar antes de que nos maten. De adaptarnos más que de resisitir.

Nuestra sociedad está dominada por el concepto de vergüenza, ya sea ajena o propia. Un pesar que nació con la desobediencia de Adán y Eva.

Pero si somos cristianos no podemos caer en estos comportamientos. Jesús nos invita constantemente a volver a recuperar la inocencia perdida. A ser ingenuos de corazón, humildes y mansos. Vaya lo que parece ser carnaza para todos los listorros, pícaros y aprovechados que colman este mundo. Eso sería así sin contar con Jesús, quien no solo nos enseña el camino sino que además nos acompaña y protege a lo largo de él. Nuestra senda no es una senda de rosas seculares, es un camino trabajado de fe y búsqueda de la inocencia como hijos que somos ante nuestro Padre celestial.

La inocencia menguante solo es testigo de la incapacidad que tiene este mundo para acercarse a Jesús y a Dios. Los hijos de Dios, ellos, son conscientes de su condición y buscan constantemente recuperarla, nada nuevo bajo el sol.

Y estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban. (Génesis 2:25)

1En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? 2 Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, 3 y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. 4 Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. 5 Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe. (Mateo 18:1-5)




Que Dios os bendiga, Alfons <><

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