El amanecer en medio de las montañas, rodeados de gloria, mecidos por el murmuro de un rio y el susurro del bosque, serenidad.
La playa desierta, un mar apacible acompañando la puesta de sol que puntúa el día, serenidad.
Una madre cantando a su bebé, abrazado contra su cálido corazón, serenidad.
Manos estrechándose con otras, abrazos fraternales y sentidos, serenidad.
¿Cuánto tiempo hace que hemos perdido la noción de la serenidad en nuestras vidas?
Los placeres verdaderos son tan sencillos como reales, no precisan de mucho para gozarlos, basta con serenidad.
Un alma entregada al Padre, rodeada de paz y gozo espiritual, sobreviviendo firme en un mundo turbio que no comparte, serenidad.
La fuerza que Dios nos da es fuente de serenidad, es la que hace que nuestra vida sea, por y para Él.
“y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno.” Éxodo 24:10
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” Hebreos 12:14
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