Estamos tan acostumbrados a quejarnos sin razón que no nos atrevernos a enfrentarnos a la razón de nuestras quejas por ello nos avergüenza, a veces, reconocer la legitimidad de aquellas que son licitas.
Quejarse puede ser un acto de humildad o de vanidad, depende de la sinceridad de nuestro corazón y de a quién se la exponemos.
Hay más vanidad en no quejarse que en quejarse cuando sentimos injusticia.
Hay más humildad en no quejarse que en quejarse cuando sentimos justicia.
Dios escucha las quejas de sus hijos cuando estas son sinceras, por desgracia el hombre habla más por su boca que con su corazón.
Quejarse es el acto más sincero y más hipócrita del ser humano, solo que no sabemos administrarlo con sabiduría.
Quejarse con propiedad no justifica la queja pero sí su autor.
La queja sincera nos pone en nuestro lugar cuando es dirigida con humildad al único digno y capaz de escucharnos con amor, Dios.
"1Con mi voz clamaré a Jehová; Con mi voz pediré a Jehová misericordia. 2
Delante de él expondré mi queja; Delante de él manifestaré mi angustia."
Salmo 142:1-2
Que Dios os bendiga, Joves, Alfons
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