Querida,
Más lo eres por el Padre que por mí.
Él deposito en ti la fe que hoy me habita pero yo a menudo la ignoro o cuestiono, soy desagradecido de hecho que no de pecho porque mis intenciones son buenas pero tropiezan a menudo con mis pecados.
Te maltrato con mis iras, mis vanidades, mis orgullos pero también te cobijo con mi amor, mi benevolencia, mis esfuerzos, mi fe.
Pareces no ser nada y lo eres todo para mí porque, cuando el Señor nos reclame a su presencia, tú serás mi yo, sin tapujos ni disfraces. Desnuda de protocolos, pequeñez ante la magnificencia de Dios, nada frente al todo, visible solo por su gracia.
¿Por qué alma mía, no tengo más cuidado de ti?
La muerte nos acerca el uno al otro y nos une para el último viaje. Cuando llega el momento te haces visible a nuestros ojos porque el miedo al instante final despierta toda nuestra sensibilidad en un último arrebato de supervivencia.
Te sientes abandonada pero Él siempre está a tu lado, te sientes perdida pero Él siempre te guía con su luz, te sientes desamparada pero Él siempre ha sido, es y será nuestro refugio eterno.
No temas alma mía, si Dios quiere, en la casa del Señor moraras por los siglos de los siglos, Él ya lo sabe, tu pronto lo sabrás, Amen
“1 Jehová es mi pastor, nada me faltará. 2 En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. 3 Confortará mi alma. Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. 4 Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. 5 Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. 6 Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días.” Salmo 23
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