El testigo mira la batalla con perspectiva, el soldado es parte de ella.
Solo existe una batalla en la que podamos ser testigos y soldados a la vez y es la madre de todas las batallas: la salvación.
En ella somos testigos porque nuestro Señor Jesucristo nos ofreció la salvación con su sacrificio en la cruz y de ello debemos dar fe al mundo.
Pero también somos soldados porque ser salvos nos obliga a una lucha continua contra el mundo y el pecado.
Nosotros nunca ganaremos esta guerra sin Dios, a Él la gloria y el honor, pero sí gozaremos de su victoria, y ese es un privilegio infinito.
"Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio." Salmos 18:2
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Alfonso
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