LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

miércoles, 21 de junio de 2017

LA PARADOJA DE LA MUERTE

Hay tantas cosas que hemos hecho juntos que siento el vació de todas aquellas que nos han quedado por hacer. (Anónimo)


Hay hombres que temen la muerte, otros que la desean, la buscan pero sobre todo hay quienes viven como si no existiera. Pero aquello que hace que dejemos de vivir es tan presente como la ausencia que causa cuando aparece.

Los cristianos no somos de este mundo pero estamos llamados a vivir en él para ser sal y luz, testigos de nuestro Dios y creador.

No somos de este mundo y por ello cuando Dios nos llame a su presencia será el cumplimiento de un destino que nos llevará mediante su gracia a la eternidad, a su lado.

Pero vivimos en él y por ello sufrimos sus obligaciones, sus imposiciones. No que las aceptemos, no, pero sí que padezcamos sus efectos en todos aquellos que amamos.

Y qué decir cuando a lo largo de una vida hemos compartido todos estos avatares, todas esta batallas con nuestra pareja, consolidando, fraguando un amor que va más allá de las pasiones de juventud. Un amor que se basa en la complicidad, en el respeto, en el enriquecimiento mutuo. Un amor que no precisa de palabras y para el que los hechos ya han demostrado todo lo que siente el uno por el otro hasta tal punto que la mera presencia de nuestra pareja ya es un gozo en sí. Qué decir cuando nos imaginamos imposible estar el uno sin el otro, qué decir cuando esta harmonía perfecta, labrada y trabajada a lo largo de toda una vida se quiebra como cristal fino golpeado por un puño de hierro, la muerte.

Nuestro corazón no está preparado para tal prueba y por mucho que la imaginemos no podemos realizar la cruenta sensación que nos invade cuando esto acontece.

Los cristianos estamos llamados a vivir la paradoja de la muerte, la que clama que es necesaria para la vida eterna. Pero también la paradoja de sufrir lo indecible por nuestra alegría espiritual, de aguantar lo insoportable en pos de nuestra felicidad futura. Es fácil pensar y decir que la persona que hemos amado ahora está con Dios pero no es humano no sentir el vacío que nos deja en el corazón, en el alma. Nuestros allegados, la familia, los hermanos serán de una gran ayuda pero nadie, en este mundo, podrá llenar el hueco profundo de nuestro corazón, ese mismo que se hizo a su partida. Solo la fe y el amor de Dios son capaces de hacer que superemos estos momentos.

En este mundo la soledad se define como la carencia de compañía, esto ignora el hecho que cuando más la experimentamos es cuando estamos rodeados por multitud. Porque la soledad no se suple con compañía sino con compañero/a. Y cuando este/a nos deja nadie en este mundo podrá evitar que nos sintamos desamparados, nadie de este mundo.

La soledad aparece a menudo cuando se cierra la puerta de casa y todo vuelve a una nueva normalidad. Una que hace los recuerdos ya no se compartan sino que suplan nuestra soledad con presencias pasadas.

Por ello el Dios trino es el único capaz de curar las heridas de nuestro amor truncado. Dios es amor y refugio de sus hijos, más si cabe cuando están perdidos en las tormentas de sentimientos que generan estas situaciones. Solo Él podrás aliviar nuestro corazón y nuestra mente. Solo Él sabe cómo fortalecer nuestra vida de nuevo. ¡¡¡SOLO ÉL!!!

Se ven muchos seres humanos perdidos cuando han experimentado la desaparición de su pareja pero los cristianos, si bien estamos dolidos que menos, no estamos perdidos porque el camino de la salvación es nuestro camino, Jesús nuestro guía y nuestra fe, el motor de un espíritu que nos hará ver que la vida continua y que si bien no somos de este mundo estamos llamados a vivir en él hasta nuestros últimos momentos para ser sal y luz. Hasta que se apague la nuestra.

Esta reflexión la he escrito pensado en unos queridos hermanos, Victor i Pilarín. Que Dios os bendiga y te de fuerzas Pilarin.

34 Entonces respondiendo Jesús, les dijo:
—Los hijos de este siglo se casan y se dan en casamiento, 35 pero los que son tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni se dan en casamiento, 36 porque ya no pueden morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios al ser hijos de la resurrección. 37 Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, 38 porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven. (Lucas 20:34-38)


Que Dios os bendiga, Alfons <><

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