LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

lunes, 19 de junio de 2017

POLVO QUEMADO

Todo lo destructor también es una oportunidad de vida, siempre y cuando sea obra de Dios y no del hombre. (Anónimo)


Erase de un bosque que estaba en medio de las tierras más ricas del continente que se llamaba el bosque de la vida.

Su opulencia, su frondosidad eran legendarias. Todo en él crecía y era bendecido. Las setas, las flores, el musgo eran como una alfombra para el señorío de robles y abetos. Los animales vivían en harmonía con su hábitat y se ocupaban de limpiar el bosque para que estuviera siempre acogedor. No había conocido el paso del hombre pues estaba al final de un desfiladero angosto. Era como uno se puede imaginar el jardín del Edén. Como si nada más necesitara para ser como era.

La majestuosidad del bosque fue creciendo hasta tal punto que empezó a invadir sus alrededores, pero cuanto más grande, más se deterioraba su interior como si todo aquello que lo regulaba fuese incapaz de asumir su crecimiento. Los animales se multiplicaban sin control y malmetían todo aquello que tocaban. La maleza empezaba a acumularse y el color del bosque empezó a virar del verde intenso al marrón deslustrado.

Un día hubo una gran tormenta, una de esas que tantas veces había azotado el bosque y lo había limpiado de sus impurezas lavándolo y también, mediante sus relámpagos, quemando la maleza. Pero esta vez el lienzo de ramas y hojas secas estaba complementado por todos los desperdicios animales y representaban un poso tremendo para el fuego que se había iniciado.

No fue como tantas y tantas veces había sucedido, el incendio no se ahogó de por sí solo en pocas horas, no, duró días y días y cuanto más tiempo pasaba más destrozos hacía a su paso hasta que quemo todo el bosque. Aquella mancha verde se había convertido en un tachón negro azabache humeante.

El bosque de la vida se había transformado en un bosque muerto. En la sepultura obligada de todo aquello que en él y de él vivía. La desolación era perfecta y un silencio sepulcral puntuaba su ausencia de vida.

Nada parecía haber sobrevivido. Pero la naturaleza es sabia y, si bien castiga las riquezas desbocadas con un fuego devastador, también, en la humildad de las cenizas y con la paciencia del tiempo que continúa desgranándose, sabe premiar con esperanza a su alumno castigado, el bosque de la vida.

Un día fue un brote en un árbol calcinado que, dado por muerto, había sabido resistir cediendo su ramaje. Otro día fueron cuatro tallos de hierba que se hicieron paso entre las cenizas frías del holocausto. El agua es vida y da la vida y a cada lluvia más brotes, más señales de renacimiento. Algunos animales que habían conseguido huir del bosque volvieron a sus antiguas guaridas y poco a poco el bosque volvió a cobrar vida. Tardaron decenios en hacer que aquella devastación no fuera más visible y que el bosque de nuevo se enseñoreara pero ahora sabía que la madre naturaleza lo vigilaba y que si se pasaba de opulencia caería de nuevo en las manos del fuego redentor.

Los hombres somos como un bosque de la vida, vivimos nuestros éxitos de tal forma que si no los controlamos se enseñorean de nosotros y crecemos descontroladamente. Los incendios de nuestra vida pretenden regenerar nuestra consciencia de la realidad. A veces son suficientes para que reconsideremos nuestro camino pero si no es así el fuego devastador de las pruebas puede arrasarnos y dejarnos como las cenizas del bosque de la vida. Pero como ellas, con paciencia y los ojos puestos en nuestro Señor y Salvador, también nosotros veremos crecer los brotes de esperanza de una vida en Jesús.

Dios es fuego consumidor y fuego regenerador y nosotros solo somos un mal combustible que necesita el agua de vida que es Jesús para resistir el incendio definitivo.

Debemos ser más conscientes de esta realidad porque al final solo somos polvo y que son las cenizas sino polvo quemado.

17 Tú dices: Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad. Pero no sabes que eres desventurado, miserable, pobre, ciego y estás desnudo. (Apocalipsis 3:17)


Que Dios os bendiga, Alfons <><

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