LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

jueves, 29 de septiembre de 2016

EL PADRE PRÓDIGO

Un hombre tenía un hijo. De pequeño lo instruyó en la palabra de Dios. Con rigor, con constancia, con dureza, con perseverancia dando a las escrituras el valor que tienen en la educación y haciendo de ellas guía y manual de enseñanza.

Consciente del peso del pecado, recalcaba día sí y día también a su hijo la importancia del arrepentimiento, del perdón de Dios, de su Gracia para con nosotros.

De pequeño el niño fue un alumno atento y entregado a su padre, subyugado por la admiración que le tenía pero cuando la adolescencia se adueñó de él empezó a tener una visión crítica de las enseñanzas de su progenitor, a retar sus valores, su ejemplo y su entendimiento de la palabra. Él la entendía de otra forma, ni mejor ni peor solo de otra forma y si bien aceptaba la opinión de su padre como propia de él, su padre él no admitía que su hijo tuviese otra visión de la palabra que la que siempre le había enseñado. Su estilo de vida y su comportamiento se alejaban cada vez más de los de su padre, no por las formas de ver las cosas, mas sí por la intolerancia y la actitud no conciliadora de quien había sido todo para él.

El padre desconcertado oraba día y noche pidiéndole al Señor que hiciera entrar en razón a su hijo, que tocara su corazón y le hiciera ser más respetuoso con él.

La tensión llego hasta tal punto que el padre lo obligó a elegir entre aceptar su disciplina o abandonar el domicilio familiar. Destrozado el hijo recogió sus pertenencias y abandonó la casa familiar, dejando una madre en llantos y un padre enfurecido por la falta de cordura de su hijo.

Pasaron los días, los meses, los años y el padre seguía esperanzado, en lo más profundo de su alma, de que su hijo volvería a casa arrepentido de todo.

Lejos de tal cosa el hijo construyo un hogar y tuvo un hijo. Aquello que le sucedió con su padre también le ocurrió con su hijo pero esta vez con los roles invertidos. Fue cuando se dio cuenta de que no podía perpetuar tal insensatez. Cedió y escuchó a su progenitura, lo animó en sus propias opiniones y hasta aprendió de ellas comiéndose su orgullo y dándole gracias a Dios.

Una noche de oración el Señor le puso en el corazón de ir a visitar a su padre y así lo hizo.

El padre era siempre el primero en levantarse y, asegurándose de que su mujer no lo viera, cada día se acercaba a la ventana de la cocina para mirar, de soslayo, el camino de entrada de la casa, esperando, deseando ver el retorno de su hijo.

Una mañana más, como las demás, pensó el padre mirando el final del camino que se perdía en la lejanía. Una mañana más hasta que el horizonte dejó de ser el de cada día, hasta que vislumbró una forma borrosa que poco a poco cogió forma y vio que era su hijo. El hijo prodigo ha vuelto pensó el padre en plena lucha de emociones. En un instante le volvieron todos los sentimientos que había aparcado a lo largo de esta interminable espera.

Padre te quiero, le dijo su hijo fundiéndose en un abrazo sentido. Este se aturdió porque no estaba preparado para esto, esperaba poder lanzarle una diatriba que resumiese todo aquello que su hijo le había hecho sufrir pero no pudo, el abrazo era más fuerte que la lengua.

Yo también te quiero hijo, le contestó su padre.

Tuvieron una larga y sosegada conversación en la que el hijo compartió con su padre todo aquello que había vivido hasta la fecha. Su padre era abuelo ahora. Cuando llegaron a hablar del Señor el hijo le agradeció haberle educado en la palabra y añadió:

Ahora te entiendo, padre, y aunque no comparta, respeto y acepto tu actitud porque sé que siempre has hecho lo que tú crees ser lo mejor para mí. La vida nos enseña a aprender de aquellos a los que hemos enseñado. Nos obliga a humillarnos ante Dios para comprender que todos somos profesores y alumnos de la vida a la vez, y que Él es nuestro Gran Maestro. Pero sabes, más allá de quién tiene la razón está el amor, el de Dios hacia nosotros y el nuestro hacia Él y el que debemos hacer vivo entre nosotros.

Las lágrimas del padre acompañaron cada palabra, eran de alegría y jubilo porque sentía el amor de su hijo más allá de cualquier otra cosa. No se sentía juzgado, mas sí amado, y toda su carga desapareció en un instante.

No siempre hay hijos pródigos, también los padres somos a veces, por exceso de sentimientos egoístas y vanidosos que no de amor, padres pródigos. La diferencia es que los padres no dejamos el hogar, son nuestros hijos quien lo hacen, es ley de vida. Del patrimonio y enseñanzas que les habremos transmitido les saldrá, o no, que vuelvan a casa de los padres pródigos. Estos, tendrán la oportunidad de enmendar con amor aquello que en su momento confundieron con las enseñanzas del Señor.

A hijo prodigo, padre magnánimo. A padre pródigo, hijo respetuoso. Y a ambos el amor de nuestro Señor como ejemplo a seguir y practicar. Amen

11 También dijo: «Un hombre tenía dos hijos, ………. 31 Él entonces le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas. 32 Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado.”» (Lucas 15:11-31)
Que Dios os bendiga, Alfons <><

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