EL HOYO

El hoyo perfecto es aquel que uno mismo cava sin remisión, renunciando a los lazos de esperanza que lo rodean. (Anónimo) 

Siempre hay algo que pretende arrastrarnos hacia la indolencia de nuestro hundimiento mental. Cuando cedemos a su presión, somos como un bote resquebrajado que, a cada nuevo oleaje, agrava su destino buscando las profundidades desesperadamente para que ahoguen su sufrimiento de una vez por todas.

Es verdad, el mundo es cruel y sin piedad, pero también es maravilloso y bondadoso. Solo depende de nuestra mirada y cuanto más estemos tentados por lo primero más nos tenemos que aferrar a buscar lo segundo porque está ahí, a la vuelta de la esquina de nuestro corazón. Personas que nos quieren por lo que somos, por quién somos, por cómo somos. Gente que aparca sus penas para compartir las nuestras porque para ellos somos muy importantes. Somos todos siervos del Señor, somos todos hijos suyos y como tales debemos comportarnos.

El amor tiene muchas caras pero ninguna de ellas le da la espalda a los que ama.

Cuando creemos que ya no tenemos amor que dar es porque nos sentimos vacíos pero la realidad es que el Espíritu Santo que mora en nosotros es un fabricante incansable de amor, no permite que se agote su presencia en nuestro corazón. Solo depende de nosotros ser conscientes de ello y abrazar su preciosa ofrenda.

Nuestros intentos de tapar este hoyo arrollador de almas se enfrenta al fracaso de nuestra voluntad corroída por su debilidad. Nos hace pensar que no hay tierra que puede llenar la fosa de nuestras miserias, que mejor dejarnos caer en ella que de intentar resistirse.

Pero si hacemos eso estamos negando el amor de los demás, estamos negando el sacrificio de Jesús en la cruz, estamos entregándonos al abandono no solo mental, también espiritual. No hay disculpa alguna que justifique nuestro despecho al amor fraternal, mas sí un deber de reciprocidad que no puede ser excusado.

Siempre habrá quien nos hiera en la senda de nuestra vida pero no dudemos ningún instante de que también habrá quien nos consuele, y quien nos cure. El hombre no es bueno de por sí pero los hijos de Dios lo intentamos cada día de nuestra vida en obediencia a las enseñanzas de nuestro Padre. A cada tropiezo, a cada caída, a cada derrumbamiento encontraremos una mano, una sonrisa, un abrazo, una presencia que serán más que un bálsamo sanador.

¿Nos hemos parado a pensar qué sentimos cuando nuestros hijos se comportan fraternalmente entre ellos? Pues ¿Qué debe sentir nuestro Padre cuando nos ve actuar de tal manera? No solo dando sino también aceptando recibir.

La rueda de un coche en un hoyo puede reventar, la rueda de nuestra vida también. Dejemos que los que nos aman nos ayuden a que desaparezcan los socavones que sembrados en nuestro camino, como Jesús nos enseñó.

El secreto de la vida cristiana proclamado por Jesús no solo está en amar, también en dejarse amar.

12 »Éste es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. 13 Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos. 14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.15 Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre os las he dado a conocer. 16 No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo dé. 17 Esto os mando: Que os améis unos a otros. (Juan 15:12-16)
Que Dios os bendiga, Alfons <><

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