El que provoca, incita a sometimiento.
El que exhorta, ruega a discernimiento.
La provocación es arte humano, caemos fácilmente en la tentación de conseguir por reacción aquello que solo deberíamos lograr por reflexión
El provocador convence con el engaño de la razón buscando su resultado.
El exhortador convence con la sinceridad del corazón buscando su propósito.
Se dice “no hay mal que por bien no venga” pero por mucho que lo digamos la verdad es que no hay bien en el mal.
No encontraremos camino bueno actuando mal y la provocación es senda de pecado.
El ímpetu nos hace errar fácilmente y confundir el fin con los medios, no todo vale en el juego de la vida porque a muerte nos lleva aquello que confunde honradez y exceso.
¿Por qué a los hombres nos place tanto provocar y tan poco predicar con el ejemplo?
¿Qué hace que nos complazcamos tanto en nuestras propias debilidades?
El orgullo, nos guste o no.
“Todas las cosas me son lícitas, pero no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna.” 1 Corintios 6:12
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