LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

martes, 29 de mayo de 2012

Un día, una reflexión, un versículo: Envidia: el deseo errado

Erase una vez una gacela que vivía feliz en la sabana disfrutando de todo lo que el Creador le había puesto en su entorno. Su vida era puro gozo y sus amigos la admiraban por la felicidad que emanaba de todo su ser. Era la más veloz, la más ágil, la más alegre.

Pasaban los días y todo eran aventuras extraordinarias en las que se deleitaba con sus amigos hasta que un día vio una mancha en el cielo. Nunca nada había mancillado el azul penetrante del techo de su mundo, aquello era inaudito y despertó su curiosidad. Sus amigos intentaron disuadirla pero ella estaba empecinada en descubrir el secreto de aquella mancha. Volvía cada día pero estaba muy lejos por lo que la gacela decidió subir la montaña para acercarse a tal misterio. No escucho ni las advertencias ni los consejos, la intriga era como dulce miel que la atraía hacia lo desconocido.

A cada peldaño que escalaba de la montaña la mancha se hacía más grande y empezaba a definirse hasta que llegando a la cúspide por fin descubrió que era una águila real. Había oído hablar de las águilas en los cuentos pero nunca había visto una y cuando vio aquella preciosa ave describir círculos majestuosos en el cielo su corazón se entristeció. ¿Por qué ella que era la más capacitada de toda la sabana no podía también volar? Un deseo tremendo de querer ser libre en el cielo como lo era en las estepas empezó a invadirla. La felicidad ya solo era un recuerdo fútil que no le ayudaba en su empeño de querer volar. Su deseo fue creciendo hasta transformarse en obsesión.

Olvidándose de todo lo que le habían enseñado empezó a pensar en cómo ella también podría volar. Aquel pajarraco majestuoso era una provocación a la que no podía quedar ajena. Creció en su corazón la idea de que ya que era tan veloz quizás cogiendo carrerilla y saltando desde lo alto de la montaña su velocidad podría hacer que volara hasta la montaña vecina. Si alguien lo podía conseguir era ella.

Ya estaba en el aire la carrera había sido tremenda y su seguridad de alcanzar la ladera vecina era máxima, en ese momento se cruzo el águila en su vuelo y descubrió que no era una águila sino un buitre. Cómo podía haberse equivocado tanto, ella sabía lo que eran los buitres y por qué volaban en círculos aparentemente majestuosos, siempre era porque estaban cercando el cadáver de alguna presa en el valle.

Todo fue tan rápido como su salto, no tuvo tiempo de pensar más, la gacela no consiguió alcanzar la otra montaña y se estrello en la hierba que tanto había disfrutado tiempos atrás. Le quedaron dos suspiros de vida, uno para concienciarse de lo que había hecho y otro para ver acercarse el buitre y su vida se apagó.

La envidia es plato de mala alimentación, parece apetitoso pero resulta altamente indigesto. Hace que pagues el resto de tu vida los placeres de un deseo errado.

La envidia es el cáncer de nuestro corazón, carcome todo aquello que toca. Tratado a tiempo puede ser benigno pero si se adueña de nuestra alma no tiene curación.

La envidia es el reconocimiento de nuestra incapacidad de amar a los demás como a nosotros mismos.

“4 Cruel es la ira, e impetuoso el furor; Mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia? 5 Mejor es reprensión manifiesta que amor oculto.” Proverbios 27:4-5

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