El hombre material, mediante la ciencia, solo entiende y acepta aquello que ve y de esta actitud empírica se nutre su conocimiento.
El hombre espiritual, mediante la fe, aprende y acepta aquello que no ve y de esta actitud entregada se nutre su discernimiento.
La ciencia se oculta para buscar lo incomprensible, mas no explica; fabula, no demuestra; especula, no enseña; engaña. Magos, astrólogos, y otros bufones de lo obscuro se nutren del vacío de nuestros corazones.
Las ciencias exactas son lenguaje de números que permiten observar y deducir pero no llegar.
¿O alguien ha conseguido llegar al infinito?
A ciencia cierta, sin duda alguna o deberíamos decir a ciencia incierta. La duda es parte de nuestra firmeza porque nos consciencia de ella.
La ciencia deduce principios y leyes pero sigue sin ser capaz de explicar la ley del principio y su principio por ello la ley universal es un mito humano y una realidad divina.
La ciencia es un modelo de razonamiento que privilegia nuestro conocimiento sobre nuestro entendimiento por ello un hombre de ciencia puede ser también un perfecto imbécil.
¿O acaso somos capaces de entender todo aquello que aprendemos?
Confundimos a menudo los conceptos de la vida porque nuestros valores se basan en principios inconsistentes, nos faltan los cimientos del edificio cuando ya hemos empezado a construir el rascacielos. Es la condición del ser humano y para intentar escapar de ella hemos inventado la ciencia, pobres de nosotros que ignoramos la verdad pero creamos verdades, a ciencia cierta y de bien seguro.
Dios nos obsequió con el don de la fe y nosotros le respondimos con la ciencia porque la sapiencia del hombre se limita a dudar de Dios en lugar de dudar de sí mismo.
“Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia,” Timoteo 6:20
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