LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

miércoles, 22 de julio de 2020

EL CAMBIO

Lo único constante es el cambio. (Heráclito)

Todos, sí todos somos más, que menos, reacios a los cambios. ¿Por qué?

Tal vez porque para cambiar tenemos que abandonar siempre algo.

Somos reacios a deshacernos de nuestros hábitos, de nuestro confort. Sean estos buenos o malos.

Lo normal es que pretendamos cambiar para mejorar por lo que aquel que no quiere cambiar, de alguna manera, se considera perfecto.

Los únicos dignos y capaces de constancia son Jesús, el Espíritu Santo y Dios, o sea la Santísima Trinidad. Todo el resto somos proyectos en proceso y por lo tanto sujetos a cambios constantes.

Cuando uno se convierte y acepta a Jesús como su Señor y Salvador es objeto del cambio más importante de su vida. Y como todo cambio, genera una transformación en nuestras vidas que se delimitan con un antes y un después, siendo ese momento tan maravilloso, la raya que los delimita.

El proceso natural de adaptación al cambio implica una curva que en primer lugar manifiesta nuestra resistencia al cambio hasta que vencidos, o mejor, convencidos nos adaptamos y sacamos lo mejor de ellos.

Hay quién se queda estancado en este proceso negándose a evolucionar y pretendiendo perpetuar aquello que en su momento le fue bien. Obviando que cada cosa tiene su tiempo y que cuando este pasa debemos cambiar. Hay muchos más de lo que uno se podría imaginar y es triste cruzarse con estas almas perdidas que no quieren ser ni ayudadas, ni cambiadas.

Hay personas que se sienten más seguras en los cambios constantes que en la constancia de un cambio. Son como aquellos que de tanto dar vueltas acaban mareándose y caen al suelo. Pierden todas las bondades de aquello que intentan perpetuar.

Nuestras vidas son como cuerdas tensadas por los avatares de las pruebas que atravesamos. Y cada vez que ceden, precisan de un nudo para continuar siendo de utilidad. Algunos tienen un montón de remiendos, otros pocos y todos aquellos que no han conseguido atar cabos se encuentran con una cuerda que, como su existencia, es cada vez más corta e inútil.

Pero el cambio también puede ser intercambio, resultado de una permuta, de un trueque. “¿Qué me das a cambio?” o “Te lo cambio por esto”, son frases comunes que ilustran este estado de las cosas. Puede ser tan anodino como un intercambio de favores pero tan dañino como cambiar la verdad por una mentira.

Los cambios son el reflejo de un movimiento constante en nuestras vidas, ya sean para bien o para mal. La nostalgia del pasado suele ser un recordatorio de lo que fue bueno y ya no es. Pero creo que para los hijos de Dios no hay cambio que por bien no venga, porque Dios es amor y a sus hijos ampara.

El cual cambió la peña en estanque de aguas, Y en fuente de aguas la roca. (Salmo 114:8)

6 Porque yo Jehová no cambió; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos. (Malaquías 3:6)

Ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. (Romanos 1:25)

Que Dios os bendiga, Alfons <><

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martes, 21 de julio de 2020

MIEDO O TEMOR

El miedo es un tutor incompetente. El temor un profesor eficiente. (Anónimo)

Estamos rodeados de peligros constantes que nos acechan, o peor, nos esperan sigilosamente hasta que bajamos la guardia para dañarnos.

Es una realidad, no estamos en un mundo tranquilo y sosegado, no. Todo es una constante tentación o provocación hacia los placeres de este mundo obviando sus consecuencias. Nuestra mente está en constante vigilia por los riesgos en los que podemos incurrir, consciente o inconscientemente.

Frente a esta situación tenemos la reacción natural de nuestra mente que nos infunde miedo. Podemos aceptarlo o rechazarlo.

¿No se dice que el cementerio está lleno de valientes?

Enfrentarse a nuestros miedos con desenvoltura y sin temor es una locura, una provocación. La prudencia nos es una acto de cobardía, no. Todo lo contrario, es el principio de la sabiduría porque está inspirado por el temor que le debemos reverentemente a Dios. Los miedos nos amedrentan, incluso pueden paralizarnos hasta tal punto que quedemos inertes frente a los peligros que nos acechan. Nos hacen perder de vista la realidad que vivimos para convertirla en una ficción que nos acobarda. Hay que saber transformar nuestros miedos en tutores de prudencia.

Aquel que confunde miedo y temor es rehén de sus propias neuras. Pierde contacto con la realidad dejando paso a sus fobias.

Si bien el miedo es un actor paralizante, el temor es un profesor estimulante. Eso sí, siempre y cuando se lo dedicamos a quien se lo merece y ese solo puede ser Dios.

El temor es todo lo contrario del miedo porque no deja que seamos el centro de atención sino que nos invita a que nos concentremos en quien es el único valedor de nuestras vidas, el Señor.

No podemos ni debemos tenerle miedo a Dios porque Él es amor, es nuestro Padre, nuestro creador. Tenerle miedo es como negarle su Gracia, su misericordia hacia sus hijos, hacia nosotros. El miedo nunca se basa en angustia, en la aprensión del daño que podamos sufrir.

Por lo contario el temor de Dios es respeto hacia nuestro Padre. Es ser conscientes de lo incapaces que somos de poder estar a la altura de su amor. Es ver la hormiga que somos frente al universo que Es. Es entregarnos incondicionalmente a su voluntad. Es negarse a sí mismo para confiar solo en Él. Es hacer que un acto humilde brote desde un corazón rebelde. Y eso sí que podemos, y debemos hacerlo.

Cuando sentimos que el miedo nos invade, solo existe una respuesta, y esta no pasa por nosotros. Encomendarnos a Dios con la certeza de que Él nos resguardará bajo sus alas protectoras.

Esto es una declaración que parecerá naíf, ingenua, inocente al mundo, pero es la única respuesta de los hijos del Dios viviente, de Jesús, del Padre. Es lo que el Espíritu Santo que mora en nosotros nos invita, una y otra vez, a poner en práctica.

Todos podemos elegir tener miedo o ser temerosos de Dios. Parece muy sencillo pero las circunstancias de la vida se empecinan en dificultarnos nuestras decisiones. Nos olvidamos fácilmente de Quien nos creó, concentrándonos en nuestro ego, es un pecado común en el hombre. Por suerte o mejor dicho por Gracia par nosotros, Dios, nuestro Padre, nos quiere más allá de nosotros mismos. Es tardo para la ira y grande en misericordia. Todo lo contrario del ser humano. Nada nuevo bajo el sol.

Tener miedo de Dios es obviar su amor hacia nosotros. Por mucho que hayamos pecado, el miedo nunca es la actitud adecuada. El arrepentimiento, la búsqueda de su perdón, la contrición de nuestro corazón compungido, todas estas actitudes son la respuesta temerosa que Dios espera de nosotros y que le debemos de ofrendar para reparar nuestras faltas.

La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. (Juan 14:27)

Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, Lento para la ira, y grande en misericordia y verdad (Salmo 86:15)

Que Dios os bendiga, Alfons <><

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miércoles, 15 de julio de 2020

EN PROCESO

La vida es el único camino hacia la muerte. (Anónimo)

El diccionario de la Real Academia Española define, en primera instancia, el proceso como la acción de ir hacia delante. Si así es creo que hay pocas personas en este mundo que estén en proceso porque somos proclives en retroceder más que en avanzar en el curso de nuestras vidas.

¿Y por qué?

Cuando nacemos, gozamos de un atributo esencial que irá menguando a cada día que vivamos en este mundo: la inocencia. Y si consideramos que es uno de las propiedades más apreciadas por nuestro Padre celestial, qué duda cabe que retrocedemos en nuestro intento de avanzar. Nada nuevo bajo el sol.

Ya de mayores, conscientes, o no, de nuestra condición humana, aquellos que hemos decidido aceptar a Jesús como nuestro Señor y Salvador intentamos enmendar nuestras vidas para ir en camino de santidad. Ardua tarea que nos ocupará todo el tiempo que pasaremos en este infierno llamado tierra. Los hombres fuimos capaces de transformar un paraíso en un averno y nos toca vivir en él.

Somos tan ilusos, o diría yo insensatos, que nos pensamos, o peor nos obligamos a que solo aquellos que han sido perfectos en sus vidas gocen de la vida eterna. Eso nos hace el reto imposible, inalcanzable y nos aboca a la hipocresía de la sociedad humana ya sea secular o incluso espiritual. Se nos venden ejemplos de pureza terrenal o espiritual a cada esquina de nuestra mente.

Tal predicador, o tal santo, o tal vez aquel que día a día nos muestra su ejemplaridad, todos nos incitan a crear y seguir ídolos con pies de barro. Porque no nos engañemos no hay, ni ha habido nadie en este mundo, salvo Jesús, ejemplo digno y perfecto de santidad. Es más todos nuestros referentes bíblicos, salvo Jesús, son fruto de una vida imperfecta transformada por Dios, una vida en proceso.

Una vida en proceso nos invita a pensar que no hay mal que por bien no venga y que si de verdad, de corazón, con toda nuestra alma deseamos seguir a Jesús y obedecer a Dios, nuestro camino será arduo. A cada paso mediremos más, y mejor, el abismo que todavía nos separa de Él y en mismo tiempo sentiremos lo cercano que está Jesús en nuestras vidas.

David no fue un rey perfecto, Moisés tampoco fue un guía intachable, Sansón tuvo más bien una vida turbulenta. Jacob engaña a su padre, Isaac repite los errores de Abraham, cuando oculta quién es su mujer.

Todos nuestros padres de la fe vienen con mochila, una mochila cargada de sus imperfecciones. Y eso contrariamente a lo que parece es bueno, porque nos enseña que lo importante no es ser perfectos, que nunca lo seremos, pero sí emprender el camino de santidad y ser para Dios un proyecto en proceso para que Él nos moldee según su Gracia y Voluntad.

Eso es un gran golpe a nuestro ego, porque nos hace ver, sentir, en nuestras propias carnes la impureza de la que estamos impregnados hasta la medula.

Pero en mismo tiempo es un gran mensaje de esperanza porque todos podemos seguir los pasos de nuestros referentes bíblicos y enmendar nuestras vidas.

La hipocresía de los fariseos los lleva a aparentar lo que no son, hijos de Dios. La humildad y sinceridad de los hijos del Dios viviente los llevan a reconocer su condición pecaminosa para que Jesús los libre de ella.

Ser una vida en proceso es a lo mejor que podemos aspirar como cristianos. En el camino de santidad que nos espera tropezaremos con muchas vidas procesadas, que no nos desvíen de nuestro propósito. Eso solo lo conseguiremos de la mano de Jesús. ¡¡¡Amén!!!

Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. (Eclesiastés 3:1)
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martes, 14 de julio de 2020

QUEBRANTAMIENTO

El quebrantamiento es pecado para los hombres y bendición para Dios. (Anónimo)

Maestro y alumno se paseaban por los jardines de la curiosidad cuando el alumno preguntó:

- Maestro, ¿qué es el quebrantamiento?

- Rara vez se puede observar unas discrepancias tan importantes en el entendimiento de las consecuencias de una palabra como con esta. Si morales o espirituales, sus ámbitos se oponen.

- Es que yo siempre la he asociado a una infracción y su castigo. Como el quebrantamiento de la ley. ¿es así?

- Es la forma corriente de entender el significado de esta palabra. Y somos muy afanosos en darle vida en este mundo. Pero, dime joven, ¿qué sucede cuando se quebranta una ley?

- Pues que si nos cogen vamos a juicio y/o nos castigan por ello.

- ¿Es eso bueno?

- Maestro, sino sería el caos.

- ¿Y si no te pillan?

- Pues has tenido suerte

- Yo le diría desgracia, porque las bondades de un quebrantamiento están en su corrección no en eludirla. Transformar el castigo en rehabilitación. Los hombres, a menudo, confundimos aquello que queremos con aquello que necesitamos y raramente son lo mismo.

- Bueno si nos hemos evitado el castigo, Maestro, eso que nos ahorramos ¿no?

- El hombre no sabe aprender de sus errores si estos no van acompañados de sus consecuencias. Somos toscos a las enseñanzas de la vida y más, si cabe, a las de Jesús.

- Usted quiere decir que mejor que nos pillen cuando actuamos mal. Pero si cuando lo hacemos es para que no nos descubran. Entonces ¿dónde está el truco?

- En ser responsables y consecuentes con nuestras acciones. Se aprende más de nuestros errores que de nuestros éxitos. Hay un dicho francés que lo expresa de la siguiente manera: “qui aime bien châtie bien”.

- ¿Y eso qué significa, Maestro?

- Aquí lo hemos traducido por “quien bien te quiere te hará llorar”. Pero la traducción literal dice que: “quien bien quiere, bien castiga”.

- Vaya pues yo pensaba lo contrario, te hará reír o te evitará el castigo.

- Ambos pueden ser pero a la hora de la verdad las relaciones de tutelaje siempre tienen una parte fundamental de corrección, y esta siempre nos hace llorar, aunque sea de rabia.

- Es decir que necesitamos ser enmendados a menudo ¿no?

- Más de lo que uno se piensa o quisiera. La educación es como la elaboración de una vasija. Se parte del barro y poco a poco se va formando el recipiente y si este no le gusta al alfarero porque no es perfecto lo vuelve al barro para tornar a empezar. En este caso el quebranto es parte del proceso de reconstrucción. ¿Y qué dirías tú del quebrantamiento espiritual, joven?

- Pues entiendo que es cuando no obedecemos a Dios y pecamos.

- Aquí es donde las cosas se complican y esclarecen a la vez porque contrariamente a la justicia de los hombres el quebrantamiento que Dios nos impone, no pretende reparar el daño que hemos causado a los demás, que también, pero antes y sobre todo el perjuicio que nos hemos infligido a nosotros mismos desobedeciéndole. De un árbol frutero frondoso y abundante cada vez menos frutos obtendrás. Para que continúe sano y fuerte deberás podarlo. Y qué es la poda sino quebrar todo aquello que se ha excedido.

- Entiendo maestro pero no veo cómo un quebrantamiento puede ser beneficioso en nuestras vidas.

- Te pondré un ejemplo entre tantos. Una persona a la que la vida le ha dado todo, éxito, amores, dinero. Se engrandece y acaba pensando que todo es debido a su pericia y aptitudes hasta que un día nace su hijo y es minusválido luchando entre la vida y la muerte.

- Este ejemplo es muy duro maestro pero todo y con eso no entiendo en qué esto lo puede beneficiar.

- El quebrantamiento es aquello te libera de tu soberbia, de tu vanidad. Que te hace volver al sentido común de la realidad donde todo es posible pero donde solo somos actores segundarios, peones de un tablero que no depende de nosotros. Que no entendemos y menos comprendemos. Dices que es un ejemplo muy duro pero cuántas veces habrá pasado, de esta forma o de otra. La pregunta es: ¿es eso beneficioso o no para aquel que lo vive?

- Me cuesta pensar que de algo malo pueda salir algo bueno.

- Nuestro error, joven es pensar que aquello que nos interpela, o contradice nuestra felicidad momentánea sea algo malo. Solo lo es si nosotros no creemos y aceptamos a Dios. Porque si de verdad lo queremos sabemos que todo obra para bien a sus hijos. Nuestro deber y obligación ineludible es buscar la bondad de las pruebas, de los quebrantamientos que nos suceden. Aquel hombre que se enfrenta a su nueva situación tras el nacimiento de su hijo tiene la oportunidad de reconducir su vida en humildad porque los acontecimientos lo han arrastrado a un mundo en el que no domina sino en el que su quebrantamiento es su nuevo punto de partida. Y eso es una bendición si sabe aprender de ello y recomponer su vida.

- Entonces, Maestro, ¿el bien puede nacer del mal que nos acecha?

- El bien, joven es solo una consecuencia de lo que hacemos con lo que nos sucede. No importa que sea bueno o malo. Solo importa que encontremos sus enseñanzas y aprendamos de ellas para mejorar nuestras vidas. En eso, las pruebas, o el mal como tú dices, son mucho más aleccionadoras que los éxitos, o el bien como lo cualificas, de los que podemos más envanecernos que humillarnos. Humillarse joven es una práctica muy saludable porque nos lava de nuestro orgullo y vanidad y créeme estos dos atributos son innatos en nuestra condición.

- Entonces, Maestro, el quebrantamiento es una oportunidad, ¿no?

- Tú lo has dicho joven y solo los necios ignoran aquello que les puede beneficiar.

- Bueno, intentaré recordarme de ello cuando me pase…

- Y te pasará, y me pasará y nos pasará más de lo que nos imaginamos porque la senda de santidad se cobra sus peajes a costa de nuestra condición. El quebrantamiento tiene dos efectos posibles, o rompe nuestra soberbia o nuestra oportunidad de resarcirnos. Y eso sí que lo elegimos nosotros.

Y ambos continuaron su paseo reflexionando sobre el tema.

Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; Y salva a los contritos de espíritu. (Salmo 34:18)

El sana a los quebrantados de corazón, Y venda sus heridas. (Salmo 147:3)

Antes del quebrantamiento es la soberbia, Y antes de la caída la altivez de espíritu. (Proverbios 16:18)

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sábado, 11 de julio de 2020

LA VERDAD

Intentando caminar por la senda de la Verdad he tropezado sobre mis verdades. (Anónimo)

Einstein, pensado en elementos científicos no dijo todo es relativo, contrariamente a lo que se rumorea. Aunque pensando en la realidad que nos rodea, y en un arrebato de lucidez, lo podría haber dicho.

Estamos en un mundo rodeado de mentiras, pero como esta palabra nos es vergonzosa expresar las llamamos posverdades. Neologismo obligado por nuestra hipocresía sociópata.

Si nos fijamos en la definición de la Real Academia Española, la verdad se define de la forma siguiente: conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.

Dicho simplemente: conformidad con la realidad que pensamos o sentimos.

Es interesante preguntarse, acerca de la Verdad, tres preguntas definitorias: el por qué, el cuándo y el cómo.

¿Por qué necesitamos la Verdad? Porque define la mentira. Es como la luz, sin ella no veríamos la oscuridad.

¿Cuándo? Siempre que estamos perdidos en el laberinto de las dudas.

¿Cómo? Aquí podríamos escribir un libro, qué digo, una enciclopedia porque cada cual es maestro en la materia.

Algunos la moldean a su antojo haciéndose maestros doctos en autenticidades autodidactas que imponen más por su ímpetu que por su fondo.

Otros, dudan de todos y de todo y la cambian a cada intento de definirla desdiciéndose como prueba de su honestidad. Cuando en realidad están más perdidos que encontrados.

Hay los que, como los científicos, lo basan todo en los hechos probados y por consecuencia rechazan cualquier cosa que no esté al abaste de su intelecto y de sus constataciones. Incluso los teóricos son una especie a parte sometida a la crítica constante de la duda fehaciente.

También, dentro del mundo espiritual hay los que tienen la certeza absoluta de la Verdad. Aquellos mismos que catalogan los buenos y los malos creyentes, que juzgan con su propia interpretación lo que es Verdad o no. Crean dogmas de fe apostatando la verdadera fe. Muchos lo hacen, y permítanme este barbarismo, de buena fe. Pero eso solo es posible si ignoran o menosprecian la sabiduría exigible a la hora de hablar de la Verdad: el temor de Dios. Porque muchos, muchos, muchos, opinan, deciden, juzgan, alardean de ella, sin preguntarse realmente qué haría Jesús.

No es fácil ser maestro y estar constantemente batallando contra el pecado, el suyo, el de los demás. La necesidad y el deber que tienen de predicar y amparar el mensaje de la palabra los pone constantemente en el filo del abismo espiritual. Porque cuando se enfrentan a divergencias de opiniones o de entendimientos de la palabra y que no consiguen reconducir la situación es tentador argumentar que la Verdad es la suya. Yo creo que cuanto más tiene uno la sensación que la Verdad es suya, ya sea pastor o feligrés, más debe crecer el temor de Dios en él y buscar a Jesús.

Y ¿por qué Jesús? Pues porque Él es “el camino, la verdad y la vida”.

O sea que todos aquellos que pretenden detener la Verdad solo son impostores, o peor necios engreídos. Solo los que intentan, con humildad y respeto hacia los demás, argumentar la suya son dignos de acercarse a Jesús.

En mi vida, desde muy joven he estado fascinado por la sabiduría. He intentado buscar una definición que me convenciera y tengo que decir que tuve que esperar hasta conocer a Dios para encontrar LA DEFICIÓN en Proverbios 1:7: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”.

Claro está que si aplicamos este principio de sabiduría a la Verdad, todas nuestras definiciones quedan anuladas porque la Verdad es Jesús.

Por ello cuando discutimos, debatimos, tratamos de imponer nuestro punto de vista, nuestra verdad no podemos decir que es la Verdad, tan solo nuestra forma de interpretarla, de vivirla, a lo sumo nuestra verdad.

Si fuéramos realmente conscientes de lo que significa en nuestras vidas, el temor de Dios, no nos atreveríamos a secuestrar la Verdad, a secuestrar a Jesús, porque somos indignos de Él. El temor de Dios nos invita a siempre matizar nuestras verdades, dándoles el calificativo de propias y falibles. Pero también, y sobre todo nos impone respetar, escuchar a los demás y no juzgar sus verdades por mucho que las consideremos erróneas.

Un buen cristiano, un buen maestro no hurga en sus desavenencias de conceptos sobre la Verdad con los demás, porque no le pertenece. Es más, escuchando y enriqueciéndose de aquello/os con los que disiente descubrirá caminos nuevos para su vida y sus verdades.

Solo el Señor ve cómo y por qué late nuestro corazón. La sinceridad, genuinidad, de los demás las podemos presuponer, intuir pero en ningún caso conocer. Entonces cómo las podremos juzgar en base a la Verdad si tan solo no somos buenos gestores de la nuestra.

La paja de los demás y nuestra viga son una constante en nuestras vidas, el problema es que, muy a menudo, lo vemos inversamente y eso nos condena al pecado.

6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6)

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miércoles, 1 de julio de 2020

PROTECCIÓN


No protege quien quiere, y menos quien cree que puede, solo aquel que sabe. (Anónimo) 

¿Quién no necesita protección? Como padres, cuando vemos nuestros hijos recién nacidos, el sentimiento de protegerlos nos fluye a borbotones. Porque la simple vista de nuestro bebé, su fragilidad, su exposición a todas las inclemencias de la vida lo hacen muy vulnerable. Su dependencia de nosotros es total y el instinto maternal y/o paternal nos empuja a cuidarlo y mimarlo.

Luego crece y llega el momento de la guardería donde estará expuesto a todos los microbios, gérmenes y enfermedades que lo harán más fuerte. Sabemos que es necesario pero nuestro deseo de protección nos hace sufrir con ellos sus padecimientos.

Conforme continúa creciendo va despegándose más de nosotros, formándose su libre albedrío y experimentando con él. ¿Quién no se acuerda del tiempo del NO, cuando cualquier cosa que le pedíamos era contestada con un NO rotundo y seguro? Solía durar unos instantes pero en ese periodo se fomentaba el concepto de desobediencia innato que tenemos desde Adán y Eva. Estos son momentos donde se pone a contribución nuestra voluntad de protección porque si bien sabemos lo que les conviene no siempre marida con lo que quieren.

Llega la época de la adolescencia y se añade a todo lo anterior las inquietudes, sexuales, existenciales, materiales. De la misma forma que sofistican su independencia con la experimentación propia. Y cuanto más los advirtamos más se sentirán tentados. Esta es sin duda la época la más frustrante de nuestra capacidad de protección porque cualquier intento por parte nuestra es percibido como una invasión de sus prerrogativas. Tienen que equivocarse ellos porque la obediencia ya no es una calidad frente a la rebeldía de la juventud.

Hasta que un día se van de casa (casi todos) para formar su propio hogar, su propia familia y perpetuar la tradición humana. No dejamos por ello de querer protegerles y bien saben que nos tienen a su lado. Pero ahora les toca a ellos experimentar con el sentido de la responsabilidad paterno filial.

Para los padres el sentido del perdón suele ser infinito con sus hijos. No por ello suele ser siempre correspondido.

¿Todo esto que he estado describiendo y que, estoy seguro, más de uno/a se sentirá identificado, no lo estará experimentando Dios con nosotros?

Él nos cuida y nos protege. Se enfrenta a nuestras desobediencias, a nuestros desamores con Él. Nos da lo que necesitamos aunque no siempre sea lo que le pedimos. Su Gracia es la mayor prueba de amor que se puede concebir y Él nos la obsequia a pesar de nuestros comportamientos rebeldes.

Todos aquellos que hemos sido padres, o aquellos que lo seréis, tenemos muchas enseñanzas de Jesús en nuestras vivencias con nuestros hijos que nos permiten, si cogemos algo de perspectiva, entender un poquito de lo que nuestro Padre celestial experimenta con nosotros.

Aprendemos a agradecer las pruebas porque sabemos que todo obra para bien en las vidas de los hijos de Jehová. Buscamos serle obedientes, y, aunque sea un reto al límite de lo imposible para nosotros, nuestro deber es intentarlo constantemente. Entendemos por qué el temor de Dios es el principio de la sabiduría. Porque como un niño intenta complacer a sus padres, nosotros intentamos complacerle a ÉL con el respeto y la consciencia de no estar a la altura.

No es necesario ser el más fuerte para gozar de protección, eso es de necios, porque siempre encontrarás alguien más poderoso que tú. Se trata de ponerse al amparo de nuestro Creador. Su Verdad nos hará libres y sus alas nos cobijarán para la eternidad. Él es el: YO SOY. ¿Quién contra Él?

Jehová te guardará de todo mal; El guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada Desde ahora y para siempre. (Salmo 121:7-8)
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