No hay amor sin dolor, pero sí mucho dolor cuando no hay amor. (Anónimo)
Sin amor el hombre solo existe, con él, puede alcanzar la eternidad. (Anónimo)
¿Qué es el amor?
¿Sexo? ¿Un sentimiento? ¿Una actitud? ¿Un acto de
sacrificio? ¿Un convenio? ¿Platónico o carnal? Etc…
Tal vez sea de todo un poco y más, pero lo que seguro no es,
es el exceso de uno solo de ellos, sea el que sea.
La expresión más conocida para los cristianos, cuando se
trata de cómo debe ser nuestra actitud amorosa hacia los demás, es el amor Agápē, amor compasivo, ese mismo que no
espera nada a cambio pero que todo lo da. Ese mismo que ilustra la vida de
Jesús.
Pero no nos engañemos a la hora de experimentar el amor en
todas sus facetas, nos encontramos con un componente constante, que si de
nosotros dependiera intentaríamos evitar, pero que es la consecuencia de vivir genuinamente
nuestro amor, y ese es el dolor. Un sufrimiento positivo que nos hace concienciarnos
de que lo que valoramos puede ser efímero, o lo que tememos sempiterno, y
cuanto más cuando se aplica a nuestros seres queridos.
El mejor ejemplo es Jesús y su sufrimiento por amor a
nosotros. Pero también en la vida cotidiana lo vivimos, o mejor dicho lo
sufrimos, con nuestros hijos y/o allegados de toda índole.
Se suele decir que cuando nace un hijo nuestro padecimiento
también nace. Y es verdad, los meses de embarazo ya son un aviso para las
madres. El parto una ilustración de lo que nos espera a los progenitores. Eso,
claro está, si albergamos el amor maternal y paternal que la llegada de una
cosita tan pequeñita provoca en nosotros.
Pero no solo las relaciones paternofiliales son procreadoras
de amor. Las amistades, la comunión entre hermanos en la fe, cualquier relación
que haga que pensemos más en el otro que en nosotros mismos, es digna de este
nombre tan bonito de 4 letras: amor.
Las relaciones de una pareja longeva son una ilustración
perfecta de cómo el amor, evoluciona, madura y acaba expresándose en su forma
más profunda y tierna. Empezamos con la pasión (Epithymia) del deseo. Maduramos
con los envites de la vida, haciendo que esta pasión se transforme en respeto,
complicidad, resiliencia, actuando con responsabilidad. Si vienen niños, el
amor se traslada a nuestros retoños y cuando estos emprenden su propio vuelo
nos volvemos a encontrar con nuestro alter ego, nuestra(o) compañera(o) de
viaje, dejando que este vacío que experimentamos lo vaya llenando el baúl de
nuestros recuerdos y el orgullo de ver nuestros hijos emprender su camino propio.
Amor y padecimiento son.
La vejez, o, mejor dicho, los años acumulados, nos ofrecen
una oportunidad inmensa de pulir ese amor que hemos estado trabajando toda
nuestra vida para que acabe siendo ternura, complicidad, compasión, disfrute
con nuestra pareja.
El dolor que hemos experimentado a lo largo de años y años
por amor a los demás nos acaba ofreciendo un descanso merecido a través de la
resiliencia y de la confianza en Jesús nuestro Señor.
Porque todo esto solo tiene sentido si nos percatamos de que
es la senda que nos lleva a cada paso, a cada acto de amor agápē, hacia nuestro
creador de la mano de Jesús. El amor es guía, herramienta y solución a todos
nuestros avatares en esta vida. Es la llave de paso hacia la puerta que nos
abre el camino de santificación de nuestras vidas.
El amor es como un parto, a través de su dolor alcanzamos la
alegría suprema. Esa misma que nos hará padecer el resto de nuestra vida, por
amor.
No nos engañemos, es más fácil amar a los que queremos, pero
Jesús nos pide que amemos a nuestros enemigos y eso topa con nuestro ego. Pablo
dice que el amor no espera nada a cambio, pero nosotros solemos esperar, como
mínimo, lo mismo a cambio. Y eso no es amar, porque el amor no es un trueque y
menos una moneda de cambio, que podemos usar a nuestro antojo. El verdadero amor
no se piensa, se vive. No se habla, se da. No se vanagloria, se humilla. No se
expone, actúa con humildad y discreción.
Todo deja de tener importancia en este mundo cuando nos
acercamos a la promesa de nuestro Señor Jesucristo, la vida eterna a su lado. Y
eso solo por Gracia, la máxima y divina expresión del amor incondicional.
Jesús es amor, nosotros, sus agraciados, sus discípulos, no
de este mundo, pero sí en este mundo. Amen.
34 Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. (Juan 13: 34-35)
Que Dios os bendiga, Alfons <><
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