Mientras los científicos buscan el cómo del por qué, los creyentes buscamos el por qué del cómo. (Anónimo)
Estamos en un mundo que se aboca obstinadamente hacia su
autodestrucción, ya sea por las guerras, por el calentamiento global o por
nuestro egoísmo centrado en la codicia, la vanidad o la avaricia. Estigmas
evidentes de una sociedad en decadencia acelerada.
En el pasado, las guerras, dentro de sus desgracias, tenían
un efecto regenerador. Ahora la guerra puede acabar siendo nuclear y generar el
fin de este mundo.
¿Y Dios, en todo esto?
Los incrédulos lo culpan, aunque nieguen su esencia, de
todos los males y, curiosamente, de inacción a la vez.
Los creyentes oramos, oramos y oramos por este mundo y porque
todo este desasosiego se acabe de una vez.
Cuando, en una conversación con allegados, se plantea la
idea de Dios, aparentemente cada vez es más difícil justificar un Dios de amor.
Y digo aparentemente porque la verdad es que solo un Dios de amor puede
perdonar todo lo que estamos haciendo. No somos conscientes de que lo que
pedimos y lo que necesitamos, son, a menudo cosas distintas, y que solo se
pueden enmarcar en nuestro todo y no en el instante, y eso nos es imposible
entenderlo, y menos aceptarlo.
Sin la Gracia no hay salvación porque por nuestros méritos
solo somos dignos de condena.
Sin la fe, no hay Dios. Sin la fe tampoco hay salvación,
porque Dios se revela en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo, ese
mismo que nos ayuda a aceptar lo incomprensible y a amar por encima de todo.
Sin las obras, la fe es muerta, porque solo aquellos que andan
en camino de santidad llegaran a la promesa de vida eterna. Y solo podemos
caminar si nos apoyamos, nos ayudamos, los unos a los otros en comunión, en
acción.
Para los incrédulos Dios es un concepto abstracto que llena
el vacío de nuestros miedos.
Para sus hijos, sin Él, este mundo es inaguantable,
insufrible, sin esperanza. Y eso sí que es aterrador.
¿Entonces, quiere decir eso que los creyentes somos gente
atemorizada que busca desesperadamente aliviar sus inquietudes?
No, en absoluto. Los creyentes tenemos inquietudes y
buscamos el porqué del cómo hemos llegado a tal situación, siendo la respuesta
invariable: el pecado, la condición humana. Somos temerosos de Dios, porque sabemos
que nunca estaremos a la altura de sus esperanzas, que le fallaremos una y otra
vez. Pero también sentimos, en nuestro fuero interior, que Él siempre estará a nuestro
lado, porque su amor, para con nosotros, es puro y sin fallas.
Mientras tanto los incrédulos se refugian en las ciencias, buscando
el cómo, tratando de entenderlo, siendo el por qué para ellos solo una casualidad,
y no una causalidad.
La gran paradoja humana de los creyentes es que cuanto menos
entienden este mundo más comprenden a Dios. Comprender a Dios es confiar
ciegamente en Él, y eso es muy difícil, por no decir imposible, pero lo importante
es que lo intentemos constantemente, y que lo busquemos sin cesar.
Joven convertido, me enzarzaba en grandes discusiones con
mis amigos ambicionado convencerles de la presencia de Dios. Ahora, cargado de
años y de una cierta experiencia humana, soy consciente que el mejor alegato de
nuestra fe es nuestro comportamiento cristiano. Sin gran elocuencia, en
humildad, siendo testigos fieles agradecidos por su gran amor.
Afirmar que Dios existe es reducir nuestro Creador a un mero
ser humano. Algunos científicos todavía se empeñan en demostrarlo. Pero Dios es
infinito, por lo que escapa absolutamente a cualquier intento de enmarcarlo,
limitarlo a nuestra pobre, corta y finita visión de la creación. Dios es
esencia de todo y todos.
Yo no sé responder a la pregunta ¿Y Dios en todo esto? No es
de mi incumbencia y menos está a mi alcance, Pero lo que sí puedo afirmar es
que, con la ayuda del Espíritu Santo, estoy con Dios en todo esto. ¡Amen!
13 Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo. (Isaías 41:13)
Que Dios os bendiga, Alfons <><
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