LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

viernes, 6 de julio de 2018

LA MUERTE

La muerte es la solución a todos los problemas. Sin gente no hay problema (Joseph Stalin)

Con esto Stalin pensaba solucionar el problema y de hecho su vida la plagó de muerte pero se olvidó lo más importante, ¿qué hacer para arreglar su solución? Porque la muerte nunca es una solución, tan solo el reconocimiento de nuestra incapacidad a encontrar una. Y me pregunto yo, si realmente pensaba lo que decía, ¿por qué no se lo aplico a sí mismo en el momento que lo pensó? Con toda seguridad hubiera evitado muchas muertes.

Cuando prestamos atención al mundo en el que vivimos nos damos cuenta de que una vida vale mucho menos que nuestras posesiones que, por ellas, más de uno mataría y de hecho más de uno lo hace.

También vemos que los hombres son capaces de morir por unos ideales prefabricados. Llamémoslos, política, patria, poder, ambición pero todavía más fácilmente matar por ellos haciendo del amor un rehén de sus propias codicias.

Algunos se complacen provocando la muerte como si fuera una compañera de fiesta a la que necesitamos para vivir. Están tan ciegos en su afán que se olvidan de que la muerte sin Jesús no tiene futuro, es su verdugo y solo golpea una vez.

Otros temen tanto a la muerte que acaba siendo la protagonista de sus vidas. Hipocondríacos, pesimistas, catastrofistas. Son la ilustración perfecta de la sabiduría popular (sí también la hay) que dice que “el miedo no evita el peligro”, es más en su extremo lo suele provocar.

Entonces ¿qué decir de la muerte que no se haya dicho ya? Es difícil encontrar alguna originalidad en la materia.

Obviedades como “cada día que pasa nos acerca más a nuestro último momento” son la ilustración perfecta de aquello que se dice cuando el árbol amaga el bosque y no somos conscientes de ello. Porque si bien la muerte es una cita ineludible, tendríamos que concienciarnos, y obrar en consecuencia, pensando que aquello que no podemos evitar sí lo podemos aprovechar para bien.

El ejemplo perfecto, una vez más, es Jesús quien no buscó su muerte pero la aceptó, usándola para nuestra salvación, para el perdón de nuestros pecados, para ofrecernos la vida eterna. Otra paradoja, enseñanza divina: la muerte da vida.

Nosotros nos somos Jesús pero sí lo aceptamos en nuestra vida, en nuestro corazón, en nuestro espíritu como nuestro Señor y salvador, si transformamos el propósito de nuestra vida para que este sea seguir los pasos de Jesús, entonces, y solo entonces, la muerte dejará de ser una enemiga espantosa. No hay que desearla pero sí aceptarla cuando nos llegue porque sabemos que es el requisito imprescindible, como lo hizo Jesús, para acercarnos a nuestro Padre celestial y vivir a su amparo para toda la eternidad.

Quiere decir eso que no temo a la muerte, me atrevería a decir que no la temo. No significa eso que no tema el dolor que puede provocarla, sin comparación seguro con el que padeció Jesús en la cruz. Claro que tengo miedo al sufrimiento, que siendo un momento crucial en el que dejaré de existir, para pasar a ser al amparo de Jesús, me impone respeto, temor. Pero para ello está la gran promesa de Jesús cuando dice:” Yo soy la resurrección y la vida”.

La Biblia nos explica que la fe mueve montañas y todos (eso creo) siempre hemos pensado que es una declaración metafórica que nos incita a tener fe más allá de aquello que somos capaces de ver, y así es. Pero en mi opinión tiene un sentido literal mucho más primordial que la mera alegoría, porque si consideramos nuestra condición humana cargada por el pecado, su peso que domina con creces todo lo bueno que podamos haber obrado. Si consideramos toda esta carga veremos enseguida que es una montaña que nos tapa cualquier horizonte posible de esperanza. Pero si nuestra fe está depositada en Jesús y que día tras día la trabajamos, la reforzamos, la consolidamos. Si aceptamos nuestras dudas, no como un ataque de nuestra fe sino como un paso necesario, fruto de nuestra condición, para albergar el Espíritu Santo en nuestro corazón y dejar que alimente nuestra fe. Entonces, y solo entonces veremos desplazarse esa montaña infranqueable y apartarse de nosotros para que sigamos la senda de Jesús y entenderemos que la fe SÍ mueve montañas.

Pero por ahora no queda vivir nuestra vida aprovechando cualquier oportunidad para testificar de Jesús y de nuestro amor incondicional hacia nuestro creador. Hasta el día de nuestra muerte, hasta la vida eterna.

25 Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. 26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? (Juan 11:25-26)
Que Dios os bendiga, Alfons <><

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