LA CREACIÓN

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DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

jueves, 18 de junio de 2020

DESIERTO

El desierto no es la falta de algo, mas sí el dominio de la nada. Y eso no tiene por qué ser siempre peligroso. (Anónimo)

Cuando nuestro corazón está lleno de vacío, experimentamos una travesía del desierto espiritual. Cuando es nuestro plato quien escasea, una travesía carnal. Nada nuevo bajo el sol.

Estamos acostumbrados a ver el desierto como un entorno hostil que no nos perdona el mínimo error, que nos acosa y derriba en la soledad de nuestra condición. Frágil que somos sin agua.

Podemos pasar días sin comer pero solo horas sin beber. Porque somos agua más que carne. Igualmente un creyente puede pasar días sin enriquecimientos del mundo pero no sobrevive sin la presencia de Jesús en su vida.

Esa agua de vida que Jesús menciona tantas veces en el desierto de nuestras vidas es la clave de nuestra santidad y de nuestra sanidad. Son ríos de maná espiritual que nos proporciona el Espíritu Santo que mora en nosotros. Puede fluir más o menos, somos humanos, pero no podemos dejar que se seque perdiendo o renunciando a nuestra fe. Porque entonces la travesía del desierto se transformará en camino a los infiernos.

Dicho así suena muy melodramático pero lo que no podemos obviar es que nuestras decisiones tienen consecuencias. Si bien la Gracia de Dios todo lo perdona, si nosotros renunciamos a Él ¿cómo podremos gozar de ella?

El desierto tiene dos efectos contrapuestos. Por un lado nos exige supervivencia pero por el otro nos ofrece recogimiento y un remanso de paz para la oración y la intimidad espiritual.

Jesús lo usaba a menudo en el sentido positivo para abstraerse de su entorno y nosotros también deberíamos hacerlo. Porque las distracciones son el veneno del espíritu. Hacen que se diluya nuestra mente en trivialidades innecesarias.

El desierto, en este caso es un recuerdo constante al aislamiento necesario para darle importancia a aquello que lo tiene. Podemos hacer que nuestros desiertos sean tan beneficiosos como los de Jesús. Apagando la tele, la radio. Dejando de chatear, de llamar, de socializar con el mundo para concentrarnos en nuestro Padre celestial. Es más difícil de lo que parece porque de nuevo las tentaciones son constantes, esas mismas que transforman nuestras vidas en un terreno asolado, sin alma, sin agua de vida.

De la misma forma que podemos positivar el desierto este nos puede engullir en sus arenas movedizas de la condición humana.

Lo importante cuando nos enfrentamos al desierto es el guía. Y ese no podemos ser nosotros porque nunca seremos expertos en terrenos áridos y desolados, tan solo potenciales víctimas. Jesús es el único guía y la salvación, el oasis prometido.

Una de las cosas que más impactan en la travesía de un desierto son los esqueletos abandonados a su suerte que podemos observar como un recordatorio de lo que nos espera si fracasamos en el intento de cruzarlo. No son anécdotas, mas sí testimonios mudos que gritan ahogadamente en el silencio de su infortunio.

Pero si en lugar de dejar que nuestra mente se distraiga en los alrededores nos concentramos en seguir el Guía y sus enseñanzas, aprenderemos a descubrir las bonanzas del desierto que nos son otras que de intimar más y más con Jesús y hacer que, a cada paso, Él nos espere en un oasis de amor para apoyarnos, regenerarnos e invitarnos a seguir el camino de santidad a su lado.

Hay que temer al desierto como tememos a Dios, es señal de sabiduría y el único camino para beneficiarnos de sus bonanzas.

16 Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba. (Lucas 5:16)

12 Y luego el Espíritu le impulsó al desierto. 13 Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado por Satanás, y estaba con las fieras; y los ángeles le servían. (Marcos 1:12-13)

Hizo salir a su pueblo como ovejas, Y los llevó por el desierto como un rebaño. (Salmo 78:52)


Que Dios os bendiga, Alfons <><

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