LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

lunes, 22 de junio de 2020

EL TIEMPO

La eternidad de un segundo nos pesa más que segundos para la eternidad. (Anónimo)

A pesar de relojes, móviles, incluso de un reloj atómico de estroncio reputado ser el más preciso del mundo, a pesar de todos ellos el tiempo no es el mismo para cada uno de nosotros. Es más, no es el mismo para cada cual según los acontecimientos que está viviendo.

A veces cada segundo tarda un sinfín de tiempo como si se resistiera a caer. Como si no quisiera morir y durar para siempre. Esos momentos suelen ser insostenibles, insoportables ya sea porque tememos lo que sucederá después o porque lo ansiamos tanto que no podemos aguantar más.

Otros tiempos son todo lo contrario, escurridizos, escapistas, desvaneciéndose a penas iniciados.

Todo esto nos recuerda una frase que Einstein nunca dijo: el tiempo es relativo, aunque sí lo demostró.

Y me preguntarán, ¿Qué tiene que ver esto con nuestra relación con Dios? Pues todo y nada.

Nada, porque no hay nada que podamos hacer para cambiar esta realidad y todo porque lo que para Dios es un segundo para el mundo pueden ser miles de años.

La existencia del tiempo es una necesidad humana. Mera constatación de nuestro carácter finito. Somos secuenciales, necesitamos que el tiempo pase para saber que existimos. Por ello hemos inventado los relojes, para poder ver el tiempo que pasa. Nuestro propio lenguaje se ha dotado de reglas de tiempo. El pasado, el presente, el futuro. Incluso lo hemos complicado como por ejemplo con el pretérito imperfecto, como si pudiese haber algo de perfecto en el tiempo.

Muchos de nosotros nos preguntamos cuándo vendrá el Señor cumpliendo su promesa. Yo por ejemplo lo anhelo tanto que el tiempo se me hace una eternidad. Pero claro está que los tiempos del Señor no son los nuestros. Y si intentamos encontrarle lógica acabamos completamente perdidos.

Estamos viviendo unos tiempos donde los acontecimientos se aceleran como si este mundo haya estado en un letargo complaciente desde la última guerra mundial. Nuestro bienestar está transformándose constantemente en malestar latente o incluso fehaciente. Las grandes potencias ya no son símbolo de paz y estabilidad sino focos de violencia, egoísmo e intolerancia. Los demás lo miramos como si no fuera con nosotros. Pero la verdad es que a cada día que pasa el mundo se envenena cada vez más preparándose para la tormenta perfecta.

Ahora la pandemia del coronavirus nos ha puesto al descubierto nuestras limitaciones frente a plagas invisibles pero implacables. Nos muestra que ni la obediencia y menos el amor al prójimo son criterios de este mundo. Los hemos cambiado por el libertinaje y el egoísmo narcisista que nos hace despreocuparnos de todos los débiles y desamparados.

Es como si todos los ingredientes para un cóctel explosivo se estuvieran reuniendo a pesar de que algunos intentan impedirlo.

En este caso el tiempo se acelera para unos y ralentiza para otros, mientras algunos no se dan ni cuenta. Y Jesús ¿cómo crees que lo vive? O mejor dicho ¿cómo crees que lo siente?

No podemos contestar a esta pregunta pero, con toda seguridad, si apelamos a sus enseñanzas, nos podemos imaginar un Señor triste, compungido por nuestros comportamientos, por el desamor que impera en nuestra sociedad.

Darle tiempo al tiempo es como poner agua en un recipiente perforado en el que el agujero es mayor que el caudal del agua. Es como intentar alimentar el aire con un soplo. Esfuerzos inútiles que no solventarán el vacio que sentimos.

Uno, yo, querría que todo esto acabase, que el Señor viniese ya y barriera con su Espíritu el imperio del mal que reina en la tierra. Pero sé que mis tiempos no son los suyos y que su sabiduría y bondad suplen mi desconocimiento y falta de discernimiento. Porque vendrá pero en su tiempo, no en el mío.

Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche. (Salmos 90:4)

8 Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. (Pedro 3:8)


Que Dios os bendiga, Alfons <><

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