LOS ESTANTES DE MI CORAZÓN

En el anaquel de mi corazón hay estantes vacios y
estantes repletos, estantes que esperan y estantes que se desesperan,
mezclándose todos en el desván de mis sentimientos.

Cada día deposito nuevas emociones y también extirpo
antiguas sensaciones, las que no quiero o no me quieren, aquellas que con el
paso y el peso del tiempo se desvanecen.

En momentos de soledad busco en los estantes de mi
corazón como aquel que busca un libro sin saber lo que busca pero esperando
encontrar el relato que lo liberará de su torpor, de su melancolía.

Hay días en los que caen tantas cosas a la vez que
no sé dónde ponerlas, si amagarlas en los más recóndito de mi olvido o
exponerlas en primera fila, para que estén constantemente presentes en mi
memoria.

Pero también hay días que por mucho que mire y
vuelva a mirar nada se mueve en mis estantes, nada sucede y me invade
lentamente la angustia de la desesperación, ese cangrejo que con sus pinzas
potentes nos retortija el estomago.

El peso de mi congoja a destrozado más de una repisa
que por la providencia del Señor han sido remplazadas por nuevos estantes
rebosantes de esperanza y alegría.

Los estantes de mi corazón aguantan el peso de mi
vida, una carga que, por muy pesada que me parezca en ocasiones, solo es
aquella que puedo y debo soportar descansando en Jesús.

La autocompasión es la complacencia de los
vanidosos.
“28 Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar. 29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso
para vuestras almas; 30 porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” Mateo
11:28-30

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