La vida es como la construcción de un edificio, algunos no pasan del primer piso, otros acaban siendo rascacielos. Pero sin duda, los que más tristeza me generan son aquellos que son obras inacabas, ilustraciones crueles de que el tiempo se puede parar para siempre revelando un pasado privado de futuro. (Anónimo)
¿Qué es el hombre sino una obra
inacabada?
Cuando leemos el Antiguo Testamento,
la respuesta no es muy esperanzadora. Incapaces de cumplir La Ley, somos
tropiezo para nosotros mismos y para los demás. Nuestro afán de libertad nos enjaula
y nos castiga con las consecuencias de nuestro libre albedrío enmarcado por la
condición humana. Y la vida de hoy la vivimos, a menudo, como si estuviéramos
regidos por la ley, pero no la de Dios, no, esta no interesa al ser humano,
sino la de los hombres. Esa misma que sembrada de sentencias injustas hace
rebrotar la maleza en nuestra sociedad.
Cuando un niño nace, la construcción
de su vida también. Los albañiles que somos los padres, tanto pretendidos
expertos como neófitos, solo somos torpes arquitectos que intentamos poner los
cimientos de una nueva vida.
Pero está claro que no por ser, o
creerse, experto en la materia acabamos engendrando una obra maestra.
¿Por qué?
Porque esta empresa tiene vida
propia y su capacidad de contradecir y de contradecirnos es impresionante. No
en vano una de las primeras palabras que aprenden los retoños es “NO”.
Porque una base en cemento armado
puede ser solo el principio de un proyecto efímero, o peor de una promesa
incumplida porque cuando proyectamos nuestros deseos en el futuro de nuestros
hijos, solo conseguimos, en la mayoría de los casos, una gran decepción.
Debemos aprender, a nuestras expensas, que no serán obra nuestra, sino creación
independiente. Dejar que ellos establezcan sus propias bases y crecimiento.
También otros se construyen sobre
arenas movedizas y se derrumban al primer envite de la vida.
Cuando leemos el Nuevo Testamento,
nuestra esperanza renace porque las herramientas que nos ofrece Jesús están al
alcance de todos, fundamentándose en el amor. Él nos enseña que no es buen arquitecto
aquel que domina todas las técnicas del oficio sino aquel que es capaz de aplicar
lo poco que sabe con humildad y amor. Porque la vida ajena es una obra viva que
no cabe en nuestras manos, y menos obedece a nuestros designios. Jesús ha
transformado la ley en los mandamientos que se fundamentan en el amor. Y amor,
todos somos, o deberíamos ser, capaces de dar.
Cuando vemos a nuestros hijos
como una obra inacabada, no dejemos de considerar que nosotros también lo somos.
Nuestra vida es un reto constante a reconstruirse sobre una base firme: el amor
que Jesús nos enseña, o sobre una base resquebrada: nuestro ego y la condición
humana que lo rige.
Desde el punto de vista macro, el
mundo también es una obra inacabada para los hombres. Cada día lo construimos y
lo destruimos un poco más.
Somos expertos en echar por
tierra aquello mismo que acabamos de erigir, una promesa constante de obra
inacabada.
Está claro que la única forma de
llegar al final de la obra no está en este mundo, solo al lado de Jesús, en
presencia de Dios acabaremos siendo para siempre una obra consumada. Pero no
por ello debemos olvidar el propósito fundamental de un cristiano en este
mundo, ser testigo fiel de Jesús y ejemplo de amor vivo para con los demás. ¡¡¡Clamando
su obra!!!
28 Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? 29 No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, 30 diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar.
Que Dios os bendiga, Alfons <><
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