LA MUERTE DIARIA

El sueño promete descanso pero no siempre cumple con
su compromiso.

La noche abre las puertas a nuestra muerte diaria, y
esta se corona cuando cerramos los ojos hasta el día siguiente, ¡o no!

Cuando dormimos bien la noche dura un instante,
cuando dormimos mal ese instante se transforma en una eternidad.

Se dice que un buen sueño reparador sana la mente y
aclara las ideas, y así es. Por desgracia no todas las noches son tan suaves
como el algodón.

Las noches tachadas por insomnios acosadores
magnifican nuestras angustias, haciéndonos perder nuestra capacidad de
discernimiento. Son un lastre insoportable en la mochila de nuestras
vivencias.

El perezoso sueña con dormir y acaba durmiéndose sin
obrar, el trabajador sueña con despertarse y afanarse en sus labores hasta
dormirse rendido.

Una noche sin descanso es como un respiro sin
aliento, agotador y extenuante hasta la saciedad.

Hay quien sueña con dormir sin fin hasta que se
despierta de su sueño, anhelo de estos momentos en los que nos olvidamos de
todo, hasta de sentir.

Algunos opinan que la muerte más dulce que uno puede
esperar es aquella que hace que nuestra muerte diaria sea la definitiva. Yo
creo que la muerte más apacible es aquella que sucede cuando el Señor está
presente en tu mente, tu corazón y tu espíritu.

Nuestro momento más vulnerable es el de la muerte
diaria y es el que más descuidamos. En él también puede pasar el ladrón de
almas por ello es importante que cada noche, antes de rendirnos al sueño,
nos encomendemos en oración a nuestro Padre.

“En paz me acostaré, y asimismo dormiré; Porque solo
tú, Jehová, me haces vivir confiado.” Salmo 4:8

Que Dios os bendiga, Alfons <><

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