LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

viernes, 29 de septiembre de 2017

EL POSIBILITADOR

Mis impedimentos son una carga insoportable hasta que encuentro el alivio que los mitiga. (Anónimo)



Está claro que nuestras limitaciones nos impiden superarnos cuando somos conscientes de ellas y las aceptamos como tal.

Pero ¿qué pasa cuando pretendemos hacer caso omiso de ellas?

Podemos tener éxito y alegrarnos de haber traspasado los límites establecidos creando nuevas fronteras.

Pero también podemos fracasar en el intento y provocar que el muro de nuestros impedimentos se haga, cada vez, más inalcanzable.

Esa dicotomía de opciones es un falso problema porque en realidad son un mismo error, ambas obvian lo obvio: lo que no depende de ti mismo haz que dependa de en quién confías con absoluta entrega.

Eso hacen los bebes cuando miran a sus padres implorando que les acerquen lo que no pueden alcanzar hasta que un día se sienten lo suficientemente seguros para pasar de ellos. Buscan a su posibilitador hasta que acaban ignorándolo.

Lo mismo hacemos nosotros, primero intentamos y luego, si no lo conseguimos le pedimos a Dios que nos ayude. Nada nuevo bajo el sol. Cuando en realidad deberíamos primero encomendarnos al Señor, y si lo conseguimos agradecerle que nos haya posibilitado aquello que de Él siempre depende. Pero no, somos como los bebes, queremos independizarnos cuanto antes, aprender por nosotros mismos, sin intermediarios de por medio hasta que, y este momento siempre llega, nuestro Padre nos corrige con las pruebas y tribulaciones que nos merecemos, no las que querríamos claro está. Entonces nos sentimos castigados, frustrados, enfadados contra el mundo cuando la sencilla realidad es que somos los únicos culpables de nuestros fracasos por muy evidente que parezca lo contrario.

Estamos educados en la creencia que tenemos que valernos por nosotros mismos para que los demás nos respeten. Es un grave error porque eso hace que desarrollemos con tremenda facilidad nuestro orgullo y nuestra vanidad. Debemos confiar en Dios y en Jesús y través de ellos buscar el camino de respuestas a nuestras necesidades siendo consciente que de Dios es el mérito, la gloria y el honor de todo éxito que seamos capaces de cosechar.

Eso para todo aquel que no cree en Jesús le es imposible, impensable porque se siente arrebatado de su protagonismo, de su ego.

Para un cristiano es una disciplina de vida en el camino de santificación que lo lleva a la humildad de pensamiento y de corazón, agradeciendo siempre a Jesús de ser nuestro posibilitador.

La diferencia entre salvación y condena no está en los actos pecaminosos que hacemos, que todos hacemos, sino en cómo los asumimos y eso nos lleva o al arrepentimiento sincero y de corazón o a la obstinación de recrearnos en ellos. Esta sí que es nuestra elección. Para no errar en la decisión, aquel que sabiamente duda de sí mismo y de su capacidad de raciocinio buscará el amparo de Jesús, nuestro facilitador.

También actúa el facilitador de las tinieblas y del mal. Aquel no contento de nuestros pecados exige además que nos regocijemos en ellos sin un atisbo de remordimiento. Él también está en el tablero de ajedrez de nuestra vida, en el que batallas cósmicas suceden por arrebatar almas o salvarlas. Nos lo pone todo fácil para que nuestro orgullo y nuestra vanidad sean como espadas afiladas en la batalla por el pecado. No menospreciemos el adversario, no somos de talla para resistirle solos. Por ello Jesús es nuestro facilitador, porque Él nos ampara, propicia nuestra salvación invitándonos a seguirle. Solo con Él lo conseguiremos.

El posibilitador es un intermediario activo que hace que sea posible lo que uno ya da por perdido, y cuando se trata de nuestra alma este se llama Jesús.

27 Pero en seguida Jesús les habló, diciendo:
—¡Tened ánimo! Soy yo, no temáis.
28 Entonces le respondió Pedro, y dijo:
—Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.
29 Y él dijo:
—Ven.
Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. 30 Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó:
—¡Señor, sálvame!
31 Al momento Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo:
—¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? (Mateo 14:27-31)


Que Dios os bendiga, Alfons <><

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