La calle de mi amargura es aquella que pavimento con mi orgullo y mi vanidad. (Anónimo)
Si veo otro camino que el de humildad para salir de la calle de mi amargura es que mi engreimiento es amo y señor de mi alma.
Los juicios que impartimos alimentan la amargura de nuestro corazón. No hay nada más bonito que perdonar sin razón pero con el corazón, porque nuestro perdón es también nuestra contrición.
El que vive de juicios muere condenado.
No podemos dejar que la amargura se apodere de nosotros pues es un lastre sin contrapeso.
Cuando el corazón se tinta de amargura, el amor que destilaba nuestra mirada pierde su brillo.
La amargura es un sabor que impregna todo lo que atañe, no dejemos que llegue a nuestro corazón, ni a nuestro espíritu porque nos destruirá.
El amor de lengua no resiste a la amargura de aquellos que imponen sus juicios, mas el de corazón soporta sus envites hasta la victoria, porque nada espera a cambio pero todo lo da por amor con paciencia.
Cuando solo nos miramos a nosotros mismos dejamos de amar a los demás y acabamos tan amargos como una naranja borde.
Si nos invade la amargura de aquello que nos acecha hay que volver al redil de nuestro primer amor, los brazos de Jesús. Solo Él puede limpiarnos de la suciedad de nuestra condición, está misma que nos aceda la vida y que hace que también seamos piedra de tropiezo para los demás.
!!Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! (Isaías 5:20)
Que Dios os bendiga, Alfons <><
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