LA CREACIÓN

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DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

jueves, 11 de abril de 2019

HERIDAS PROFUNDAS


Las heridas profundas dejan huellas superficiales en la piel pero marcas indelebles en el corazón. (Anónimo) 

Las heridas del cuerpo se curan con el tiempo, las de la mente no.

Las de la mente se clavan en nuestro corazón hasta que lo carcomen haciendo de él como si de una manzana podrida se tratara. Son sibilinas, invisibles al ojo no experto. Suelen cogernos desprevenidos y como todo veneno eficaz solo se notan cuando es demasiado tarde. Contaminan todo aquello que les rodea, desde el cuerpo hasta el alma. De ellas se puede morir no solo físicamente y mentalmente, también espiritualmente.

Se dice de las heridas que son el testimonio de un daño que nos han causado pero también lo son de aquel que nos provocamos a nosotros mismos.

Se suele juzgar la experiencia del soldado por las heridas que marcan su cuerpo por fuera, olvidándonos a menudo de que las que los avasallan por dentro suelen ser mucho más punzantes.

No es de extrañar ver a tanta gente con el mal del alma, ese que nace de nuestras entrañas e invade nuestra mente haciendo que no podamos dejar de no pensar, por desgana, por agotamiento, por solitud entre la muchedumbre. Cuantos, cuantas de nosotros no han pasado por esos momentos en los que vivir es un lastre y morir promete una liberación final. Algunos lo llaman depresión yo le digo presión. Esa misma que nos martilla constantemente los pensamientos, distorsionándolos hasta la saciedad y el agotamiento de nuestra voluntad. Unos la experimentan como una fiebre pasajera pero otros la viven profunda e impiadosamente. Sin respiro ni pausa hasta que se rinden a ella por la desgana de vivir. Es una enfermedad muy moderna porque la razón de la que gozamos hoy en día es un arma de doble filo y si bien nos ayuda a mejorar el entendimiento de nuestro ser también nos puede arrojar al vacio de nuestra desesperaciones.

Y bien ¿Por qué hay tanta oscuridad en las heridas de la mente?

La respuesta obvia es por falta de luz. Pero contrariamente a lo que nos podríamos precipitar a pensar no es por falta de luz propia, no. La nuestra, como mucho, es tan tenue que no nos permite vislumbrar esperanza alguna. No, es por falta de la luz divina cerca de nuestras vidas. Por ausencia o lejanía de esa llama de amor que Jesús representa para el mundo.

No se trata de culpabilizarnos pensando que no somos capaces de acercarnos a Él o que somos indignos, que lo somos, de su amor, no. Se trata de confiar en que no hay herida que Jesús no pueda sanar. A cuanto más profundas, más necesidad de Él tenemos.

Volviendo al dicho que nos recuerda que las heridas son una advertencia de nuestro cuerpo para decirnos que está siendo atacado asimismo lo son para advertirnos que nuestro espíritu también.

El mal tiene muchas formas de tentarnos y de hacer que caigamos en sus redes. La mente es un eslabón débil de nuestra cadena de defensas frente al maligno por ello es necesario fortalecerse con la palabra de Dios, con las oraciones, con el dialogo constante con Jesús, nuestro Señor y salvador. No nos olvidemos nunca que el pecado es el precio de nuestra condición y que solo Jesús por su sacrificio nos puede limpiar el alma. En Él debemos depositar toda nuestra confianza y buscar nuestro consuelo porque solo Él ha sido, es y será el camino de vida eterna. Solo Él puede obrar el milagro que de una manzana podrida renazca un fruto impoluto.

Jesús nunca se alejará de nosotros pero nosotros somos expertos en distanciarnos de Él. Seamos conscientes de ello y no dejemos NUNCA de buscar su presencia. Amén.

Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. (1 Pedro 2:24)

Que Dios os bendiga, Alfons <><

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