LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

domingo, 12 de mayo de 2019

VOLVER A CASA

Sin punto de partida no hay regreso posible, lo que hay entre ellos suele ser nuestra vida. (Anónimo)

Cuando uno mira su vida con retrospectiva se da cuenta de lo lejos que ha llegado tanto para bien pero sobre todo para mal. Lo que nos cuesta más es saber cuándo y cómo regresar. Tanto es así que la gran mayoría de nosotros se pierde en el camino.

La realidad es muy sencilla: no tienes que volver si no te has ido, ¡¡¡pero si es lo primero que hacemos!!! Es ley de vida, los hijos dejan a los padres para ellos mismos ser padres a los que dejaran sus hijos hasta el fin de los tiempos.

El reto al que nos enfrentamos cuando nos vamos de casa es ante todo frente a nosotros mismos. Bajo la protección de nuestros padres todo era más sencillo hasta que uno se da cuenta de su dependencia y quiere adquirir su independencia, decidir por sí mismo. Afirmarse a través de sus decisiones es un arma de doble filo porque es asumir sus consecuencias, y si bien todos estamos listos y voluntariosos para decidir no todos estamos preparados aceptar lo que ello depara.

Yo todavía me acuerdo de cuando dejé a mis padres, fue el día de mi boda y lo viví como una liberación, por fin haría lo que yo considerara oportuno. Sería un hombre. Desde ese día, hasta que conocí al Señor todo ha sido un camino en el que me he sentido cada vez más prisionero de la vida, del mundo. Como si escaparme de la casa de mis padres me hubiera abocado a un callejón sin salida en el que a cada paso me acercaba más a un muro al que me prometía estamparme. No lo vi el primer día ni el segundo ni muchos más porque el pecado es como un pescador profesional, te atrae, te alimenta, hasta que cuando más desprevenido estas te anzola sin remisión ni escapatoria posible. Primero fueron los éxitos, el ensalzamiento de mi ego, de mi vanidad y poco a poco fueron llegando las pruebas que, necio de mí, pensaba solventar con creces cuando en realidad solo alimentaban mi ego. A cada día que pasaba más me alejaba de mí mismo sin darme cuenta y más me acerba al abismo de mi condición.

Hasta que Dios, que me amó antes de que yo me conociera, intervino en mi vida para que me diera cuenta de lo que me estaba pasando y que decidiera si quería continuar así o volver a casa. A Su casa, a la que fue es y será siempre mi casa. Quise liberarme de mis padres carnales pero ahora tenía que decidir entregarme a mi Padre celestial y volver al redil que había dejado antes de nacer.

Todos pensamos que la libertad nos hace libres, es mentira. La libertad nos enjaula en nuestra condición sometiéndonos al pecado. La verdadera libertad es entregarse a Dios nuestro padre y en Él confiar y a Él ofrendar nuestra vida, nuestra alma, nuestro espíritu. Ser su hijo es dejar de ser un adulto y recuperar la inocencia que nunca deberíamos haber abandonado. Esa que hará que solo veamos con ojos puros la vida eterna a su lado.

Volver a casa es la única decisión que realmente tiene valor en nuestra vida, pero debemos decidir a qué casa, ¿la de Dios o la del mundo?

17 Y volviendo en sí, dijo: ¡¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!! 18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. 20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. 21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. 22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. (Lucas 15:17-24)
Que Dios os bendiga, Alfons <><

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