La fortaleza del hombre es inversamente proporcional a su fuerza, por desgracia nos pasamos la vida confundiendo ambas.
Aquel que de fuerza presume su debilidad expone.
Aquel que de fuerza huye su corazón fortalece.
No es más fuerte aquel usa la fuerza para ganar la batallas de la vida, mas si aquel que con humildad a ellas se enfrenta.
Solo reconociendo nuestras debilidades nos hacemos más fuertes. No en contra de los demás, sí en nosotros.
La fortaleza del justo se nutre del temor de Dios y huye de la temeridad de los hombres.
Haz que los muros de tu fortaleza sean de granito. Solo en Dios podrás encontrar la fuerza que necesitas para caminar en santidad.
“Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.” Salmo 18:2
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