LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
DIOS CREA, EL HOMBRE TRANSFORMA

viernes, 22 de julio de 2016

OFENDER A DIOS

El hombre está tan acostumbre a ofenderse a sí mismo y a los demás que no advierte cuando ofende a Dios. “Pecatta minuta, casus belli”.

Un padre puede aceptar todo tipo de falta de su hijo pero hay una que le ofende profundamente: la desobediencia porque muestra dos pecados en uno: no confiar y no aprender.

Ay de quién jura a la ligera, ofensa grave es porque cuando se pone a Dios de testigo también en juez de nuestras intenciones se erige.

Arrepentirse puede ser lo más difícil a lo que se enfrenta una persona porque requiere profunda genuinidad en su intención. Esta dificultad en sí lo redime ante los ojos de su Padre, mas cuando arrepentirse es un formulismo que pretende regularizar la mala conciencia que tenemos, entonces, estamos ofendiendo a Dios y eso exige penitencia.

Pecar es fruto de nuestra condición, desobedecer es producto de nuestra conciencia y si bien nuestra condición es indomable, nuestra conciencia, ella, es responsable de sus decisiones y como tal sus incumplimientos son ofensa a Dios.

La mejor forma de entender la bendición del Rey David a pesar de ciertas conductas gravísimas es que, si bien pecó, arrepentimiento sincero ante Dios expresó. Su vida también testificó de su obediencia incondicional a Dios.

Hay rasgos divinos en los hombres y eso hace que su mal uso ofenda a Dios: Amor, obediencia, humildad, temor. Nada que sea políticamente correcto en los días de hoy en este mundo pero sí tremendamente necesario para la salvación.

Se puede ofender a Dios con la lengua y si bien algunos creen que las palabras se las lleva el viento, su alcance se impregna en el alma y de esas huellas también rendiremos cuentas.

Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. 2 Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta, capaz también de refrenar todo el cuerpo. 3 He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan y dirigimos así todo su cuerpo. (Santiago 3: 1-3)

Que Dios os bendiga, Alfons <><

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