La ambición lleva al hombre a servirse a sí mismo, la mansedumbre a servir a los demás.
Frente a la ambición de nuestros deseos antepongamos la humildad de nuestras oraciones.
La ambición nos transforma de siervos de Dios a esclavos del pecado.
Solo se ambiciona lo fútil cuando se pierde lo esencial, es lo propio de la debilidad humana.
La única ambición legítima es aquella que deslegitima la ambición.
Nuestra fe nos lleva a cumplir el propósito de Dios mientras nuestra ambición a cumplir los deseos del hombre.
Una sola letra puede cambiar el sentido de nuestra vida, de nosotros depende: servidor o servido.
La ambición es humana y la gracia divina porque el hombre quiere mientras Dios nos quiere.
"26 mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. 27 Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve. 28 Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas." Lucas 22:26-28
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Alfonso
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