No hay lugar exento de límites en nuestro mundo, pues es finito. Algunos lo llaman cárcel con sus reglas, leyes, obligaciones porque no aceptan su condición, otros lo llaman propósito con sus mandamientos, estatutos y deberes. El primero tiene su libro de aplicación, el código penal, el segundo también y se llama la Biblia.
El hombre ansia tanto su libertad que en ella se encarcela.
Las paredes de nuestra cárcel son tan altas como la vanidad que impide que veamos más allá de nuestro propio ego.
Todos somos prisioneros de nuestras limitaciones por ello soñar rompe
barreras y abre esperanza para aquel que las acepta con deseo de superación.
La cárcel es privación de libertad, sí, pero únicamente porque queremos que nuestra libertad sea privada y no compartida.
El orgullo eleva las paredes de nuestra cárcel espiritual que la humildad desmonta piedra tras piedra.
La cárcel de los hombres no los priva de su libertad espiritual. Orando traspasan las paredes de lo finito y viajan hacia la gracia de Dios.
El mundo es nuestra cárcel y no podemos ni podremos escaparnos de ella. Solo Jesús tiene la llave que abre la puerta de la salvación, aquella que hace de
lo finito, infinito, de lo efímero, eternidad. El único que puede romper las cadenas de nuestro corazón, contrito de pecados.
La verdadera cárcel no tiene escapatoria porque está en nosotros y no fuera, pero sí tiene alternativa. Si abrimos nuestro corazón a Dios, Él romperá las ataduras a este mundo y nos abrirá las puertas de su reino.
"No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida." Apocalipsis 2:10
Que tengáis un buen día Joves, Alfons.
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