Los dones del espíritu no son materia de aprendizaje, mas sí de desarrollo
por parte de aquel que los recibe.
No todos somos legatarios de los mismos dones pero sí todos somos
responsables de aquellos que moran nosotros.
Se dice de un hombre carismático que encanta a su entorno, también se
encantan las serpientes, ¿o más que encanto es un engaño?
La fascinación es un efecto del carisma, arma de doble filo que entrega al
auditor y ensalza al autor por desgracia pocos hombres son dignos de asumir tal confianza transformando en vanidad aquello que debería ser mansedumbre.
El mundo ensalza el carisma carnal, aquel que confunde propósito y finalidad
pero sin propósito en tu vida nunca encontrarás la finalidad de tus dones.
Hemos hecho del carisma una herramienta de poder cuando en realidad es un instrumento para servir a los demás como Jesucristo lo hizo.
Los hombres jugamos con los dones del Espíritu como si fuéramos sus amos y señores cuando en realidad solo somos indignos depositarios de bien ajeno.
El amor, la humildad, la abnegación, la mansedumbre son poderosas armas del carisma, don de los dones de Dios que hace de la discreción fuerza de
convicción y de la entrega un camino hacia nuestro Padre.
Para ser carismático hay que ser perfecto, y en esta tierra solo uno lo ha
logrado Jesús. Aviso a quienes se creen lo que no son, acabaran sirviendo a
quien no deben.
"22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, 23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley."
Gálatas 5:22-23
"2Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de
inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de
temor de Jehová." Isaías 11:2
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